Opinión

Algo tendrá la presidencia

Solo he estado una vez en mi vida en el interior del complejo de la Moncloa y algo me dice que no volveré allí en lo que me queda de ella. Tampoco voy a mover un dedo por propiciar el regreso, porque no es un lugar que inspire precisamente buenas vibraciones. Ha ido creciendo desangelado en virtud de las exigencias, y ninguno de los presidentes que ha residido en sus instalaciones guarda un recuerdo particularmente agradable de su estancia. Imagino que presidir un Gobierno debe ser una tarea compleja y pródiga en quebraderos de cabeza, y más en una ocasión como ésta en la que todo se pone del revés y hay que afrontar una situación extrema en un ámbito inhóspito y sin referencias, tan inhóspito como este grupo de edificios inconexos entre los que se encuentra la vivienda presidencial y un bunker blindado que se destina a proteger al presidente y su familia en caso de conflicto.  Cada vez que uno de sus ocupantes ha dado el relevo al siguiente, le ha transmitido una consigna que suena también a amargo consejo. “Guárdate de la Moncloa porque si no te preparas, acabará por comerte”.

Me recuerdo a mí mismo plantado en mitad de la Plaza de Mayo en Buenos Aires, contemplando sumido en el éxtasis, el perfil recortado en el cielo porteño de la Casa Rosada, una de las residencias presidenciales más feas de la tierra. En su interior habitaba, cuando yo estuve allí, un presidente  que parecía salido de una telenovela llamado Carlos Menem al que sus conciudadanos consideraban el paradigma en el contagio de la mala suerte hasta el punto de que ninguno de ellos se atrevía a pronunciar en voz alta su apellido. Algunos preferían llamarlo Nemen, otros le decían Che Carlitos, otros simplemente “el”, y los más procuraban ni nombrarlo porque existía un común convencimiento de que su sola referencia  procuraba un cúmulo continuado de desventuras. Sabiendo esta opinión que los argentinos tenía de su persona, Menem procuraba no estar nunca en la Casa Rosada por si acaso, y en cuanto pudo, salió corriendo de allí llevándose todo lo que pudo junto a una despampanante esposa rubia llamada Cecilia Boloco, una de las mujeres más impresionantes de las que tenga yo noticias. No sé qué tiene el agua pero algo tendrá cuando la bendicen. Le pasa lo que a la presidencia. A juzgar por los lugares en los que el presidente reside, es cosa de pensárselo.

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