Opinión

Pájaro que canta, no vuela

Pues, dilecta leyente, la supongo enterada  del intento de asesinato de Alfredito Olivas, ese cantante del género norteño que fue tiroteado en pleno concierto por un “talibán de alcoba”, que se puso celoso al ver como el artista le dedicaba canciones y piropeaba a su pareja, cuando ambos se encontraban en primera fila escuchando al galante melódico.  Alfredito solo recibió dos impactos de bala de los siete disparos que le dirigieron y afortunadamente se encuentra en “condición estable”, según fuentes del centro médico.
Lo cierto es que la profesión de cantante se ha convertido en una profesión de riesgo (no tanto como la de abogado), dependiendo el grado de peligro, no solo de los celos, sino del tipo de música y del lugar en donde actúes, pues es sabido que la popularidad despierta diferentes tipos de reacción. Unas veces, el ataque proviene de algún fan, pues la admiración pude trocarse en obsesión. Que se lo digan a Madonna, Bob Dylan, Olivia Newton, víctimas del acoso de sus fans. Por algo el entrañable Sinatra no se desprendía de sus guardaespaldas ni para cambiarse el peluquín. Lo peor es cuando el fan se siente despreciado, como en el caso de John Lennon y decide acabar con su ídolo. Sin olvidar que en ocasiones el asesino sólo pretende la fama.
Otras veces es la letra de la canción que incita a la violencia, con expresiones como “Devórame otra vez”, o a los celos, con aquello de  “Buenas noches, señora…gracias por sus caricias…” y luego con la despedida para el cornúpeta: “Saludos a su señor”. Bertín debería tener cuidado, aunque últimamente parece que se ha cortado la coleta, tal vez por miedo a que lo que le corten sea “la colita”.
Pero lo que vienen generando más muertes son los narcocorridos. A ello me refería en el título del artículo, que era el epitafio de la mafia para los delatores. Y es que a los narcotraficantes no les gusta que les saquen a la luz los trapos sucios. También porque la mayoría de estos gruperos reciben al inicio de sus carreras apoyo del crimen organizado y luego se ven obligados a amenizar sus fiestas, o componer canciones a su favor o contra sus rivales, con lo que de una parte se granjean enemigos fuera, pero también dentro de la organización, al negarse a sus extorsiones, como el no colaborar en el lavado de si ilícito dinero, etc. 
Y todo ello, sin olvidar las drogas, que han acabado con tantos artistas que se encontraban en la cima de sus carreras y en plena juventud. Y es que como gimotea Pablo Milanés,  “La vida no vale nada”.

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