La magia vence a la ciencia

No puedo estar más que de acuerdo con el brillante científico israelí Ehud Keinan, padre de la computación biológica y optimista convencido sobre el futuro próximo de la humanidad que él imagina basado en el conocimiento, no en la magia. En su opinión, y coincido, la ciencia va a resolver todos los problemas, no ahora ni a la vez, pero lo hará, como ya probó en miles de ocasiones, desde la mejora de los cultivos al transporte. La ciencia con mayúsculas, que exige observación, formular teorías y confirmarlas en experimentación. En momentos de crisis proliferan augures y abundan las soluciones mágicas. Algunas disciplinas, hoy por completo desprestigiadas, obtuvieron en el pasado reconocimiento generalizado, como la astrología y la alquimia o la homeopatía más recientemente, que llegó a ser adoptada por sistemas públicos de salud. Incluso el psicoanálisis, que gozó de enorme prestigio y sumió a Argentina en el diván, es cada vez más criticado como una pseudociencia.

Parece que la ciencia ha espantado a la magia, pero no del todo: ha encontrado un hueco en la política, con el populismo, convertido en la ideología del siglo XXI. El bálsamo para profetas que prometen resolver con rapidez problemas complejos mediante recetas simples, que inevitablemente fracasan. El populismo triunfa y hace cada vez más débiles las democracias y más sólidos y atractivos los regímenes iliberales a base de una receta en tres principios: la señalización de un pueblo elegido, la descripción de un mal absoluto que impide su triunfo y la aparición del líder que conduce hacia la victoria. Tan antiguo como falso. Desde Moisés a Perón. Y ahí sigue. La revancha final del mundo mágico sobre el racional.