Opinión

Un sabio

H ace ahora un año moría prácticamente en el anonimato un sabio, el único que he tenido la suerte de conocer en persona. Se llamaba Manuel Carreira, y era un cura jesuita retirado en Salamanca. Antes había pasado unos cuantos años en Vigo, donde dejó parte de su sabiduría infinita en conferencias, seminarios y alguna entrevista. Carreira era -no se me ocurre otra definición- un superhombre. Nacido en una aldea de la Galicia, de niño destacó por su inteligencia. Un párroco se dio cuenta y logró que recibiera educación, que aprovechó. Siguió sus estudios y acabó por entrar en un seminario donde se hizo jesuita. Luego, incansable, fueron llegando unas tras otra sus titulaciones superiores: Teología, Filosofía, Física y Astrofísica, con dos doctorados, uno en letras y otro en ciencias, abarcando todo el espectro del saber. No se quedó ahí el cura Manuel Carreira: alguien se dio cuenta de que podía dar más y se marchó a Estados Unidos. Acabó trabajando para la NASA y en concreto en la investigación sobre la guía de naves en el espacio profundo y los rayos cósmicos. El jefe del equipo, Glyde Cowan, recibió el Premio Nobel por ello. Cuando se jubiló, tras una larga etapa de docencia y divulgación en EEUU, Carreira volvió a Galicia y siguió como cura, echando una mano a las parroquias que lo necesitaban, y de vez en cuando dando charlas. Recuerdo un par de ellas. Una sobre la Sabana Santa desde el punto de vista de la ciencia, espectacular; y otra aún mejor sobre el origen del Universo. Sostenía que ciencia y religión eran dos ramas distintas, y que una no llegaba donde la otra, y que el Big Bang lo había propuesto otro cura jesuita, lo que en su opinión era el motivo por el que no era del gusto de los científicos ateos. Un sabio desaparecido. Lamentablemente, justo un año después también ha muerto Antonio Romero. Vigo se queda sin dos grandes hombres.

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