Fuego

Publicado: 15 ago 2025 - 03:00

En quince días he cruzado seis veces el corazón de la Ribeira Sacra. A veces con destino a Manzaneda, otras de visita a Marce, en la zona de Pantón, la pequeña aldea en la que nació mi madre. Después de recorrer el Cañón del Sil, y de poner a prueba mis reflejos al volante en la espeluznante calzada de Os Covallos, que asciende al mirador da Pena de Anduriñeira, abajo está la central eléctrica considerada la más bonita de España, después de ir de presa en presa, del valle al pico, y del pico al desfiladero más vertiginoso, mi ángel de la guardia se ha cogido una baja por estrés. Pero al menos, yo, como Sánchez, estoy bien. Y eso a pesar de que en algún punto que no recuerdo entre Trives y Ribas de Sil, bien bañado el paisaje por la foresta, un gracioso puso una señal de cincuenta en una curva que con dificultad podría rebasarse con éxito a diez por hora, y ahora estoy orgulloso también de que mi Volkswagen siga frenando como el primer día.

Asomado al gran mirador sobre la central del Portonovo, seguía con la vista el cauce hacia el embalse de Montefurado, que como su nombre indica está horadado por galerías romanas que se empleaban para extraer el oro del Sil, y pensaba en lo increíble de los tentáculos de aquella Roma que vertebró nuestro universo, y en el modo en que las civilizaciones se superponen, se expolian, y se benefician unas a otras a lo largo del tiempo, y lo estúpido que resulta juzgarlas con ojos contemporáneos.

Lo cierto es que, además de conducir en las alturas, que nunca había visto el cogote desde arriba a tantas águilas, me apenó la gran cantidad de bares, restaurantes, y pequeños comercios cerrados a cal y canto. Por su aspecto, locales que debieron inaugurarse entre proyectos e ilusiones al doblar la esquina de los 90, que hoy son pasto del polvo y el silencio. Desteñidos letreros, carteles carcomidos en los ventanales anunciando el menú del día a precios que hoy resultan risibles, y quinielas esparcidas por el mostrador, de los días en que el Deportivo jugaba la Champions.

A ratos hay que cruzar muchos kilómetros, aldeas de melancólico silencio, hasta dar con un espejismo de vida, o una fonda con alguien en su interior dispuesto a hacerte un café. Uno de esos negocios me alegró la mañana el otro día en Trives, cuando de la nada emergió a un lado de la carretera, y en un antiguo comedor sin luz, en un silencio de velatorio, pude disfrutar de un café y una deliciosa ración de la célebre bica local.

Esos días de vértigo y montaña, de parasol ardiente al mediodía, y de contemplación de la grandeza de la viticultura de la Ribeira Sacra, transcurrieron entre sombras, entre la alegría de la inmensa belleza, y la tristeza de lo deshabitado, del abandono, ese limbo al que no llegan las administraciones, tan solo sus requerimientos de Hacienda. Pocos días después de dejar atrás riberas, altos, cañones y miradores serpenteando entre Orense y Lugo, surgió la maldición de las llamas en Tierra de Trives, y parte de aquel verdor de vida y esperanza se tornó en infierno anaranjado y retazos de carbones y cenizas. El desastre de Chandrexa de Queixa calcina buena parte de los parajes que pude conocer estos días, y me pregunto si en el abandono silencioso de tantos kilómetros de rural no será parte de la explicación de estos horrores cíclicos.

Dice la ministra que los fuegos que consumen España hoy han sido causados por el cambio climático, pasando por alto que la Guardia Civil está deteniendo un montón de pirómanos, que hasta ahora todos han resultado intencionados.

Propiciar las condiciones para que quien lo desee pueda vivir en el rural, trabajar la tierra, conducir su ganado, limpiar los bosques, y prohibir la chatarra eólica y solar en los grandes parajes naturales por uno o dos siglos sería lo único realmente útil para evitar este desastre. Y por ser lo único útil, no hay nadie en el Gobierno dispuesto a hacerlo. Entretanto, las buenas gentes de Trives ven arder su paraíso, algunos pierden lo poco que tenían, y a nosotros se nos encoge el corazón ante la monstruosidad de los atardeceres entre lenguas del infierno en los cielos de Manzaneda, que hace solo un par de semanas se exhibían como un oasis de vida y esperanza.

Contenido patrocinado

stats