Nemesio Rodríguez Lois
La guadalupana en Vigo
Miles de vigueses emigran cada año al área metropolitana, donde se domicilian y dejan de ser oficialmente residentes, aunque la mayoría continúa viviendo o trabajando en la ciudad. Se marchan, pero se quedan. Pero es cierto que a efectos formales, se dan de baja. No es nada raro: ocurre en todas las grandes ciudades. Madrid, por ejemplo, perdió en 2024 casi 20.000 habitantes en su saldo interior, aunque a cambio ganó 74.000 en el exterior. Lo mismo pasa en Vigo: el año pasado el balance interior fue negativo, pero el exterior resultó muy positivo (casi +5.000) y es lo que evita entrar en pérdidas. La mejor noticia es que el pasado año se redujo el balance interno, entre Vigo y su área, negativo pero menos que en otros ejercicios, con más de un millar de bajas netas. En el covid resultó una bendición para los ayuntamientos del entorno y una condena para Vigo, que se dejó por el camino miles de los suyos, que optaron por el exilio interior. Se trata, en definitiva, de tener una vivienda quizá más barata y amplia, a menudo con un terreno, y no cambiar apenas los hábitos. Conozco a muchos vigueses que se han marchado sobre todo a Nigrán, Gondomar y Baiona, que son los destinos más próximos, y otros que optaron por Salceda, Salvaterra o Tomiño, en este caso por las mejores posibilidades de adquirir un piso o alquilarlo a la mitad que en Vigo. Esta es la cuestión y mientras no se resuelva habrá problemas y Vigo no crecerá ni llegará a los 300.000 oficiales.
La mayoría de los que se han marchado probablemente querrían seguir como vigueses de pleno derecho si fuera posible y eso pasa por programas de vivienda públicos (Xunta, Estado y Concello) y que funcione el PGOM. En Tomiño llegó incluso a formarse una asociación de vigueses que celebraban la Reconquista.
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