Opinión

El manual del experto en fango

Pedro Sánchez atraviesa su momento más delicado como presidente del Gobierno, en gran parte por la investigación tanto periodística como judicial sobre la actividad profesional de su mujer, Begoña Gómez, investigada ahora por tráfico de influencias y corrupción. Y esto justo después del caso Koldo, que también salpicó a parte del Ejecutivo, con numerosas ramificaciones que todavía no han sido aclaradas. 

Asediado por la catarata de informaciones periodísticas sobre presuntas corruptelas, por la insistencia de la oposición en pedirle explicaciones y por la posible turbulencia judicial que se avecina en su entorno más cercano, Sánchez ha recurrido una vez más a su particular Manual de resistencia, convencido de que siempre puede salir vencedor dando un golpe de efecto, como hizo en el pasado dimitiendo como secretario general del PSOE, o posteriormente, con la polémica moción de censura con la que expulsó de la presidencia a Mariano Rajoy.

Así, preparó ahora su particular obra teatral en tres actos: primero, la carta difundida en redes sociales presentándose como víctima de una gran conspiración; después, los cinco días de reflexión para decidir si dimite o no, y finalmente la comparecencia anunciando que se queda y con más fuerza que nunca, y en la que vuelve a aprovechar para amenazar a los medios de comunicación que no les son propicios y, de manera más sutil, implícita, a los jueces, proclamando una “reflexión colectiva que abra paso a la limpieza, a la regeneración, al juego limpio”. “Llevamos demasiado tiempo dejando que el fango colonice impunemente la vida política -añadió-, la vida pública, contaminados de prácticas tóxicas inimaginables hace apenas unos años”. Quizá lo más paradójico de la estrategia de defensa de Sánchez en los últimos días es la continua alusión a la metáfora del fango.

De postre, inmediatamente después, el PSOE anunció acciones legales contra Bieito Rubido, director de El Debate, y otros periodistas, y Sánchez lanzó una nueva carta denunciando –de nuevo, el fango- “la máquina del fango, alentada por la derecha y la ultraderecha, junto a páginas web y asociaciones ultraderechistas que fabrican bulos y mentiras”. “Bulos que a continuación -prosigue- se propagan en tertulias y en las tribunas para después judicializar falsas denuncias, deteriorando gravemente nuestra democracia y nuestra convivencia”. 

Lo peor del plan del presidente para salir de su particular calvario no es lo insólito de la fórmula empleada, cancelando su agenda pública durante cinco días para reflexionar y presentándose él, que ostenta el máximo poder en el Gobierno, como víctima de quienes en el mejor de los casos militan en las filas del cuarto poder. Lo grave, por tanto, no es la pirueta, ni la puesta en escena, ni las contradicciones a las que nos tiene acostumbrados. Lo verdaderamente grave de las palabras de Sánchez son aquellas cosas que no dice abiertamente, pero pueden leerse entre líneas; en particular, la acusación a periodistas de difundir bulos masivamente en campañas organizadas, y el señalamiento a los jueces que, según su razonamiento, utilizan estos bulos para “judicializar denuncias falsas”; obvia además intencionadamente que ya existe regulaciones contra las mentiras que pudieran verterse en los medios de comunicación y están en el Código Civil y en el Penal.

En apenas tres líneas de su comunicado, el presidente del Gobierno de España está insinuando que quiere enjaular la libertad de prensa y la independencia judicial. ¿Resulta esto compatible con su llamamiento a la regeneración democrática y la convivencia? ¿Resulta esto admisible en quien todavía está al frente del Gobierno de la nación? ¿Quién garantiza a los socialistas que están respaldando esta postura de Sánchez que mañana no serán ellos las víctimas de la falta de libertad de prensa e independencia judicial?
Se presenta como agente regenerador de la democracia precisamente aquel que más ha agitado los cimientos de la española, el orden constitucional y la convivencia entre ciudadanos, reabriendo viejas heridas y removiendo fosas, impulsando la crispación de media España contra la otra, pactando con los secesionistas que quebraron –y quieren volver a quebrar- la ley en Cataluña, pactando con los herederos de ETA y formando gobierno con los mayores enemigos de la libertad, los comunistas que tiempo atrás, nos dijo, no le dejarían dormir tranquilo si alguna vez los incorporaba al Ejecutivo, algo que hizo tan pronto como lo necesitó para mantenerse en el poder.

Y es que Sánchez tiene la costumbre de denunciar siempre a otros por los pecados que él mismo comete. La mejor prueba es que, en medio de su endeble relación con la verdad, también ha utilizado las intervenciones de esta semana para presentarse como un enemigo acérrimo de la mentira.

Resulta difícil tomarse en serio su propósito de construir una sociedad donde primen “el respeto”, “la dignidad” y “los principios”, pero en todo caso lo que es incompatible con una democracia sana y ejemplar es asumir su campaña contra los periodistas y jueces que no se arrodillen ante sus designios. Nuestro papel, el de los medios, no es defendernos de los ataques del poder, sino proteger la libertad para ejercer de contrapeso a los políticos que están al mando, preservar la libertad de opinión, con vocación de estar al servicio de la verdad, y velar por el derecho a la información de todos los ciudadanos. No está de más en esta hora recordar que lo propio de una democracia es que los periodistas persigan al Gobierno, mientras que lo propio de una dictadura es que el Gobierno persiga a los periodistas.

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