Demagogia populista
La demagogia, junto al populismo, es una de las peores enfermedades de la política del siglo XXI. Antes, sin la sociedad de la información, la avanzada tecnología y la revolución digital, era difícil para el ciudadano detectar los engaños de los que era objeto. Las campañas electorales transcurrían en la caja lista de la televisión y los mítines, sin la cocina escandalosa y descarada del CIS. No había lugar a la propagación masiva del truco de la verborrea palabrera y la acción callejera. Ahora, cualquier cosa que se diga o haga queda registrada en el disco duro del archivo tecnológico con posibilidad de acceso para una mayoría social considerable. De forma que los pegotes demagogos y populistas de nuestros políticos son fácilmente detectables por el electorado. Todos los servidores públicos, sean de la ideología que sean, están expuestos a la caza de sus trolas, incongruencias, incoherencias, cambios de parecer o pinochadas. Y en eso, la era del sanchismo es una mina de ejemplos que dejan en evidencia a los autores del embuste. En esa modalidad, Pedro Sánchez demostró desde el principio su capacidad para el cuento, llegando a tal categoría de enredo e invención que la sociedad, la prensa y la oposición le han colocado la etiqueta y mancha de mentiroso con pocas posibilidades de enmienda. El último ejemplo lo tenemos en el boicot a la Vuelta, con Podemos y los kaleborroka de teloneros. Caracterizado por sus ensoñaciones comunistas de indignados retóricos, los podemitas han derivado en todos los tics recurrentes de la casta que tanto criticaban Pablo, Irene, Ione, Errejón o Monedero. Los dos últimos, encendidos feministas y participantes colectivos del 8-M pandémico, han terminado pareciendo ejemplos de machismo retrógrado con problemas judiciales y alguna denuncia por acoso y agresión sexual. Claro que, si nos ponemos estupendos, las andanzas de Ábalos y compañía por los lupanares de la prostitución, saunas del suegro al margen, son el mayor ejemplo de prevaricación moral que se recuerda en democracia, si exceptuamos la corrupción que ha afectado a la mayoría de los partidos. Y ahora, lo del colegio privado de los hijos de Iglesias y Montero cuando han predicado la enseñanza pública como piedra angular de sus políticas, demuestra que el populismo de la demagogia política ha hecho un pleno con la pareja podemita. Eso sin contar sus arengas con la vivienda hasta que se compraron el casoplón de Galapagar, demostrando que por la boca y la mentira muere el pez.
Los españoles, como tantos otros ciudadanos del mundo, somos víctimas de la profesionalización pública de la demagogia populista. La vivienda o ensalzar la sanidad pública para después acudir a la privada es el pan nuestro de cada día. Y con Pablo e Irene, la coleta populista huele a rasta demagoga de falacia y falsedad difícil de desmentir tras incorporar a Pedro como integrante del equipo radical. No son discutibles la protesta callejera ni la libertad de elección del colegio por parte de los padres, incluidos Irene y Pablo, pero después de la tabarra que nos han dado con su monserga populista han quedado retratados como los nuevos ricos y Pinochos de la casta.
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