Juan Pina
El peligroso alcalde de Nueva York
Miles de vigueses son también compatriotas de la nueva Nobel de la Paz, Corina Machado, un premio más que justo para una mujer que ha intentado, sin éxito, recuperar la democracia en Venezuela. El premio lo deseaba Trump y quién sabe en el futuro si lo logrará (Obama lo obtuvo de forma preventiva, uno de los más absurdos concedidos) mientras la extrema izquierda echaba pestes, confirmando su amor por las dictaduras del modelo Tirano Banderas inmortalizado por Valle Inclán. El silencio zapateriano del Gobierno también le define y ubica a España fuera de la reacción de Europa.
Unos ocho millones de venezolanos han abandonado el país con el régimen chavista por causas económicas, sociales o políticas, o todo a la vez, el mayor éxodo sin mediar una guerra del siglo XXI. Y eso en un país rico, que nada en petróleo. Todo por el fracaso absoluto del régimen, que paulatinamente fue derivando hacia una autocracia caribeña clásica, repleta de populismo, incompetencia y mentira. Miles llegaron a España y en Vigo hay ahora mismo 8.000 personas nacidas en Venezuela que se han integrado en la sociedad local, muchas de ellas en la hostelería y el reparto. La mitad cuenta con pasaporte español, como hijos o nietos de emigrantes o por naturalización gracias al procedimiento abreviado para países con convenio de doble nacionalidad. La enorme afinidad existente entre los dos lados del Atlántico ha jugado a favor, aunque es probable que muchos volverían a su país si vuelve a ser un lugar donde poder trabajar y vivir en paz. El Nobel de Corina es un paso en ese sentido.
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