El cerco al "señor S"
Es difícil imaginar un político al frente del Gobierno tan cercado por escándalos y corrupciones como Pedro Sánchez. A los mil casos que le rodean parece faltarles siempre el último capítulo, aquel en el que se demuestra de una forma -digamos- irreprochable que formó parte del rosario de esos delitos de sus colaboradores y familiares. Acostumbrados a las revelaciones intimísimas, con documentación escrita o audiovisual, sobre irregularidades de sus ministros, de su hermano, o de su mujer, gran parte de los ciudadanos que están hartos de él viven en la ansiedad perpetua de despertarse un día con la prueba final abriendo la prensa de papel a toda plana.
Cumplir años es algo bastante terrible, pero tiene algunas ventajas. Una de ellas, la posibilidad de recordar cómo nunca la evidente identidad del “señor X” pudo probarse hasta ese punto en que ni los propios felipistas fueran capaces de defenderlo. Tampoco fue posible nunca terminar de deshacer la madeja del 11M, su destrucción de pruebas, sus agujeros negros, y sus confidentes y trabajos sucios a posteriori de los servicios secretos, que llevó a Zapatero al Gobierno y cambió para siempre la historia de la nación; a peor. Y es que hay algo de ingenuidad en todos los que ansiamos estar a punto de salir del negro túnel y deshacernos del presidente más irresponsable y peligroso de la historia de España.
Quizá conviene, aprovechando estas tardes de cielo aún agosteño tan proclives a la reflexión, hacernos la más temida de las preguntas: ¿Cuándo cae un presidente del Gobierno? No me refiero a las elecciones o mociones de censura, porque las primeras no se darán hasta que Su Sanchidad quiera, y las segundas, teniendo en cuenta que está dispuesto a comprar con nuestro dinero los apoyos parlamentarios al precio que quieran los partidos minoritarios felizmente sobornados, no saldrían adelante.
Si por “caída” entendemos una situación judicial incompatible con el desempeño de su puesto, la espera podría eternizarse, como en los GAL y como en el 11M. Quizá por la menos manida de las razones: más allá de lo que vemos en los telediarios, hay un submundo administrativo de profundidad notable, no es exactamente el Estado profundo al que algunos aluden con voz de ultratumba, donde la lógica de la indignación y la moral no funcionan como en la calle. La protección de la intimidad presidencial es máxima ahí en el búnker, tanto como la posibilidad de destruir pruebas, de modificar relatos en la opinión pública con ayuda de agencias de inteligencia propias o ajenas, así como la capacidad de emplear intereses y dineros en defensa propia de maneras casi imposibles de rastrear.
Hay quien se pregunta por qué ninguno de los más 1600 trabajadores de la Moncloa levantó la liebre de que el hermanísimo de Sánchez y su japonesísima esposa estuvieron viviendo allí, escondidos del fisco, mientas simulaban vivir en Portugal. Ocurre que, si dejamos a un lado a quienes dependen de la voluntad del propio presidente, la posibilidad de una filtración de ese calibre en un complejo de edificios cuajado y milimetrado por el CNI, se reduce a cero. Que exista la filtración, que pueda llevarse a cabo, y que logre sacarse en un papel impreso al día siguiente.
Sánchez se aprovechará de esa ventaja más que ningún otro presidente, al igual que se adjudica decenas y decenas de asesores, de escoltas o, como ahora hemos sabido, mantiene una furgoneta medicalizada de la Moncloa al servicio de su cuñada para que le atienda en sus revisiones ginecológicas. Si me pides un vaticinio, cuando al fin se largue, este tipo se llevará en la mochila hasta los rollos de papel higiénico sobrantes en el palacio presidencial. Y entretanto, la fotografía en la que se le vea metiendo la mano en la caja será la última en salir a la luz. Esa profundidad administrativa, ese limbo de instituciones adentro, es un peligroso cenagal.
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