Manuel Orío
Palabra del Rey
Recibir en Alemania en un solo año más de un millón de supuestos refugiados, aunque la mayoría son inmigrantes económicos, acaba de suponer la caída en Mecklemburgo-Pomerania Occidental del histórico partido cristianodemócrata alemán CDU, de Angela Merkel, que quedó detrás de la nueva formación antiinmigración Alternativa para Alemania (AfD).
Aunque esta pérdida fue en un solo Estado, sigue a otras anteriores, y parece que ocurrirá igual en Berlín en dos semanas, y a menos de un año de las elecciones generales.
El AfD no es un partido nazi, sino populista e interclasista que cree que Alemania, con su bajo índice de natalidad, antes de medio siglo será un país musulmán más, puesto que los inmigrantes rechazan la cultura nativa e imponen su sharia allí donde crecen.
Aquí comienza a atisbarse algo parecido. Ningún partido quiere distinguir entre refugiados e inmigrantes, y de hecho son equiparables para las alcaldesas de las dos grandes ciudades españolas.
La madrileña, Manuela Carmena, ha aplaudido el último asalto de centenares de africanos a las vallas de Melilla, declarándolos hombres fuertes, heroicos y poderosos. En este contexto, una definición eugenésica y racista: débiles, no.
A la vez, ha cancelado numerosos controles sobre actividades improductivas de inmigrantes como gorrillas, mendigos en supermercados, o manteros que venden todo lo que compite con las tiendas que pagan impuestos.
Igual ha hecho Ada Colau en Barcelona, donde los zocos africanos aumentan desmesuradamente y son fuentes de conflictos crecientes con los comerciantes que algún día, o cierran, o se niegan a pagar impuestos.
Quizás no tardará en verse aquí un AfD, un Front National de Le Pen, o algo peor; hasta se diría que esta progresía es una avanzadilla secreta de la ultraderecha, alimentada con su empobrecedor pseudohumanismo.
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