Ayuso activa el antídoto contra la hipocresía

Pedro Sánchez ha logrado que se difuminen los límites entre la debida cortesía institucional y el compadreo político. Llevando al extremo su empeño en mantenerse en La Moncloa a cualquier precio, permanece inalterable en el epicentro de una espiral de corruptelas, y desoye las voces que incluso desde su mismo partido reclaman un adelanto electoral. Sin interlocución alguna con el principal partido de la oposición, esta atípica circunstancia vuelve muy complicado combinar la asistencia junto a él a una conferencia autonómica, con la convocatoria de una manifestación que lleva por lema “mafia o democracia”.

En ese complejo escenario, la inútil Conferencia de Presidentes era una ratonera para el PP, hiciera lo que hiciera. Sin embargo, el primer partido de la oposición encontró en la heroicidad de Isabel Díaz Ayuso la brújula para salir indemne, e incluso reforzado, de la cita. Entre otras razones porque, si Sánchez permanece en el cargo en minoría es por sus infinitas cesiones, tanto a los comunistas en forma de ministerios como a los nacionalistas en ventajismos económicos y desigual-

dades. Aunque no parece muy incómodo en el secuestro, es rehén de lo más polarizado y divisor de la política española, volviendo a su partido en parte de lo mismo.

La mejor forma de escenificar la absurda ruptura que Sánchez está causando a España, a la Constitución, y a la igualdad de los españoles, es el asunto lingüístico, concretado en la Conferencia en el grotesco show de los pinganillos. Ayuso lo detectó antes incluso que sus propios compañeros de partido, y haciendo uso de intuición política, libertad, y del más elemental sentido común, se negó a participar en la farsa, consistente en que varios presidentes tomen café y compartan risas y chascarrillos charlando en español en los pasillos, y luego se coloquen después pinganillos para sacar a pasear sus lenguas regionales tan pronto como llega aquello que sí concierne a todos los españoles, que es el diálogo político para el que han ido a reunirse a Barcelona. Durante demasiado tiempo los líderes no nacionalistas se han puesto de perfil ante estos espectáculos circenses, considerando que no son relevantes, y renunciando a dar una batalla que sí es significativa. Es hora de acabar con la farsa.

Ayuso sabe además que son precisamente las incomparecencias de los no nacionalistas de los dos grandes partidos, las que han impulsado el auge de nuevas formaciones de la derecha alternativa, desacomplejada en su defensa de España y del español, nación, cultura y lengua con respaldo mayoritario en la opinión pública de todo el territorio nacional. Y nada debe importarle a la presidenta de la Comunidad de Madrid que el PSOE la señale como extremista por ausentarse mientras el parlamento se producía en euskera o catalán, porque el miedo al etiquetaje de ultraderecha que tanto ha utilizado Sánchez está perdiendo eficacia, y porque, después de todo, ante la duda es mejor estar del lado del sentido común que deslizarse entre bambalinas en la función de la hipocresía.

Todo ello sin olvidar que España sigue siendo una excepción mundial: el único país en donde todavía está perseguido el idioma oficial en buena parte de su territorio, y en donde la riqueza y diversidad de las lenguas minoritarias se encuentra hipotecada por una casta política separatista que ha hecho del nacionalismo y la división una forma de vida al margen de los intereses de los ciudadanos, cuando no una constante excepción al acuerdo constitucional, que es todavía más grave.

La presidenta de la Comunidad de Madrid, en un simple y valiente gesto, pero de gran calado, ha logrado desnudar el servilismo nacionalista de Sánchez, el sectarismo de quienes utilizan la riqueza de las lenguas de España para dividir y para asaltar el presupuesto, y la necesidad de no entrar ni por un instante en el juego de trileros de un Gobierno contra el que la oposición está llamando a las calles, y al que ha otorgado el duro pero certero calificativo de “mafia”, en virtud de los últimos escándalos al descubierto.