Moncho Gil, la primera medalla olímpica de Vigo
Juegos Olímpicos
La primera de las tres medallas olímpicas que tiene Vigo la consiguió Moncho Gil con la selección de fútbol. Sucedió en los Juegos Olímpicos de Amberes 1920, cuando este deporte aún se disputaba con los mejores del mundo, no como ahora
Ahora que la selección olímpica jugará por las medallas en París y que la FIFA continúa en su intento por minimizar el impacto del fútbol en el movimiento olímpico, impidiendo que los mejores estén en el mayor evento deportivo del planeta, recuperar la memoria de la primera selección española absoluta, y gloriosa, en un evento mundial trae consigo también la loa al primer medallista olímpico vigués, Ramón Gil. Gil Sequeiros (Vigo, 1897–Vigo, 1965), o Moncho Gil, como se le conocía en el ‘football’ de los años 20 del pasado siglo, jugaba en el Real Vigo como extremo derecho. Cuando debutó con la selección aún quedaban tres años para la fusión de aquel club con el Real Fortuna, aunque Manuel de Castro, Handicap (lo escribía sin tilde porque numerosos pseudónimos de la época se tomaban de anglicismos, respetando su grafía), mantenía su apostolado de la fusión.
Por vez primera, el Gobierno central votaba y aprobaba una subvención para asistir a unos Juegos, los de Amberes 1920, los primeros tras la I Guerra Mundial. Y “la Primera Roja” debutaba en los Juegos, considerados en aquel momento como el Campeonato del Mundo de fútbol por los propios medios internacionales. Gil, al igual que el pontevedrés Luis Otero (defensa derecho) y el coruñés Ramón González (interior derecho), jugaban en el Real Vigo. Había un cuarto “gallego”, Joaquín Vázquez (delantero centro), extremeño, ex jugador del Real Unión de Irún y con residencia en Ferrol que el club vigués (y Handicap, dirigente y periodista) recomendó. Jugaba en el Racing aunque Handicap lo obvió para otorgar el protagonismo al Real Vigo. En Vigo, Bilbao e Irún se preparó la preselección decidida en mayo en la asamblea de federaciones regionales, en Madrid. Y tras las pruebas, veintiún futbolistas fueron elegidos: dos porteros (Ricardo Zamora, del FC Barcelona, uno de ellos) , cuatro defensas, seis medios y nueve delanteros. Sí, en aquel tiempo se jugaba un 2-3-5. El peso vigués en particular y gallego en general era brutal. Trece vascos (del Athletic, de la Real, del Real Unión de Irún y del Arenas), cuatro gallegos (del Real Vigo, a efectos federativos, campeón de Galicia y Asturias) y cuatro del FC Barcelona, campeón de España. Del Madrid, ni rastro. Aquella selección estaba dirigida desde el banquillo por el árbitro catalán Paco Brú, y con otro árbitro de igual origen, Lemmel, como mánager. Y sí, las designaciones desataron gran polémica.
Aquel primer equipo nacional de camiseta roja y pantalón azul lucía en el pecho, en amarillo, el León del Ducado de Brabante, al que pertenecía Amberes, de dominio español siglos atrás. De aquella imagen (casaca roja) saldría en 1923 la primera camiseta céltica. Con catorce países en liza (la selección belga, anfitriona, Checoslovaquia, Dinamarca, Egipto, España, Francia, Grecia, Inglaterra -según resumía Handicap, aunque era Reino Unido-, Países Bajos, Italia, Luxemburgo, Noruega, Suecia y Yugoslavia), la belga quedaba exenta de la primera ronda -Polonia había renunciado a los Juegos- y Francia se clasificaba al no presentarse Suiza. A España le tocaba medirse a Dinamarca el 28 de agosto, a la que vencía en La Butte (Bruselas) por 1-0 (0-0 al descanso) con tanto de Patricio y un solo gallego en el once: Otero.
En segunda ronda, y al día siguiente, España perdía en Amberes contra Bélgica, a la postre campeona, por 3-1 (1-0). Otero estaba entre los tres lesionados de la jornada anterior y solo Vázquez representó a las licencias gallegas. ¿España estaba eliminada? No. El torneo se jugaba por el sistema Bergvall, que daba segundas oportunidades a los perdedores de los cuartos de final para pelear por la plata y el bronce. Una suerte de “lucky loser” del tenis o de repesca en deportes de combate. Entonces, España seguía en competición y se medía a Suecia el 1 de septiembre. A priori los escandinavos se retiraban, pero finalmente se jugó el partido, ganado por el once hispano por 2-1 (0-1). Ningún gallego en la alineación -recuerden, no existían los cambios aunque se lesionara un jugador- y el vigués Manuel de Castro como juez de línea de un árbitro italiano, según precisó el propio Handicap en su libro “El football olímpico”, editado semanas después de los Juegos y que es uno de los pocos testimonios directos y precisos de aquel lejano tiempo. De Castro, sin otorgarse importancia, era así el primer árbitro vigués en unos Juegos Olímpicos.
España jugaba contra Italia (primer enfrentamiento de la historia) el 2 de septiembre en Amberes, horas antes de la gran final. Ganó España 2-0 (1-0), con Moncho Gil, que debutaba, y Otero. La Roja acabó con nueve por lesión de Pagaza y expulsión de Zamora. Fue el primer encuentro duro contra la azzurra. Bélgica se proclamaría campeona al eliminar a Holanda en ‘semis’ y a Checoslovaquia, ese jueves día 2, en un polémico final (2-0) de un partido que duró 40 minutos ante la retirada checa tras una expulsión. La organización descalificó a los checos. Se tenían que disputar el resto de preseas entre los perdedores de las semifinales (Holanda y Francia), el perdedor de la final (Checoslovaquia) y el ganador del minitorneo de cuartos (España). Francia no se presentó -varios jugadores ya se habían ido- y pasó Holanda; Checoslovaquia estaba expulsada y avanzó España. El domingo 5 jugaron la que se denominó ‘petite final’ España y Holanda. También esto es impensable ahora: el partido por el oro es el último. Moncho Gil volvería a ser titular, un saque de falta suyo iba al larguero para que Ramón Moreno, ‘Pichichi’, cabecease el 1-0. Al descanso España ya mandaba (2-0) y la plata se mordía con un 3-1 final. Este sistema de competición no se repitió.
Ramón González fue el único realista que no jugó. Gil, titular indiscutible en el once vigués desde 1915, seguiría en el Real Vigo hasta la fusión. Se había formado en ese club desde infantil y, pese a datos erróneos de la RFEF, jamás jugó en el Celta. Contrajo matrimonio con Aurora Curbera el 9 de septiembre de 1923 y se dedicó a los negocios familiares. Cinco días después se presentaba ante la afición el club nacido de la fusión. Su padre había sido un próspero comerciante y continuó sus pasos representando a diversas firmas nacionales importantes. En 1930, Pedro Escartín, periodista, árbitro internacional y, en los 50 y 60, seleccionador, entrevistaba a Gil para El Heraldo de Madrid bajo el título “Los que todo lo fueron”. El vigués, preguntado si lo de Amberes fue suerte, no lo dudó: “Ni suerte ni furia. Aquello fue un caso de voluntad en un grupo de hombres que se proponen ganar cueste lo que cueste. Y, además, ya le digo que en mi época se jugaba, por lo menos, tanto como ahora”. Escartín, leyenda, cerraba el artículo con una valoración sobre Gil: "Durante muchos años fue, con Pagaza, el mejor extremo derecha de España”.
Moncho Gil dejó de jugar pero luego fue asiduo a Balaídos para ver al Celta, compartiendo tertulias con De Castro en la grada, y también fue directivo céltico. En enero de 1965, aquel jugador fiel a un solo escudo, el del Real Vigo Sporting, moría. La de Amberes fue la primera medalla española, cuando a los rectores del fútbol mundial les importaban los Juegos. España había acudido con 85 deportistas para un total de 3.900 participantes de veintiocho países. El fútbol arrasó a cualquier deporte. El estadio olímpico de Amberes, con capacidad para 40.000 espectadores, recibió a 60.000 el día de la final, que incluía en los prolegómenos el España- Italia. Veinte millares se colaron forzando la puerta de entrada. Era el fútbol olímpico de verdad. Sin cortapisas. Y con un vigués de plata. Don Ramón Gil. La primera medalla olímpica viguesa.
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