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Ayer hubo mucho de eso en Balaídos. Pero hubo algo que trasciende a todo ello, imposible de analizar desde un punto de vista lógico. Y es que cuando los vientos huracanados de las emociones soplan con tanta fuerza, no hay cimientos tácticos que los aguanten. El Celta pasó en 90 minutos por casi todas las fases de los sentimientos humanos. Inseguridad, mazazo, rendición, levantamiento, esperanza, convicción, fe y éxtasis. Solo así se explica un partido en el que con la Semana Santa a las puertas, el Celta murió para después resucitar de la mano del Mesías Iago Aspas. Dos años después de la marcha de Eduardo Berizzo, el equipo celeste volvió a jugar con el corazón. Volvió a ganar con el corazón.
Cortos de vueltas
Durante toda la semana, desde el Celta se apeló a afrontar el partido de ayer con tranquilidad. No dejarse acelerar por el ambiente del exterior ni por la trascendecia del partido y jugar un encuentro calmado, con mucho control y poca ida y vuelta. Sobre el papel, el plan era bueno. Pero sucedió que, como en casi todo, lo poco agrada y lo mucho enfada. Así, los célticos quisieron meterle tanto cloroformo al inicio del partido que terminaron por inhalarlo ellos mismos y salir dormidos ante un Villarreal que, si bien no parecía tener mucha hambre, tampoco iba a renunciar a una comida gratis. La mejoría defensiva de las últimas semanas desapareció de un plumazo y el cuadro vigués volvió a ser lento, blando e inoperante cuando le tocaba contener a su rival. El primer tanto llegó tras un córner en el que el Villarreal se pasó con comodidad la pelota dentro del área. El segundo, en una acción de Pedraza en la que dejó atrás a los futbolistas locales como si fueran conos y picas de cualquier sesión de entrenamiento.
Arranca el motor
El Celta compareció en el partido después de los tantos visitantes. Ganó presencia en campo rival y merodeó el área de Asenjo en una de esas situaciones en las que nunca se sabe a ciencia cierta si es más mérito propio o invitación ajena. El Villarreal replegó para tratar de matar a la contra.
El paso por los vestuarios dejó el interruptor a medio camino y Aspas lo apretó de todo con su golazo de falta. De repente, el Celta sí era ese equipo con control total de juego. Con insistencia, sí, pero sin perder la cabeza. Las dudas del Villarreal también ayudaron. La inercia había dado un giro radical de 180 grados.
Y sucedió que el Celta reverdeció laureles pasados. De repentoeBoufal tocaba, Brais jugaba, Lobotka dinamizaba. El debutante Olaza mostró su golpeo para servir a Maxi el segundo y el infarto se rozó en Balaídos con el penalti con suspense de Aspas. Un partido de corazón resuelto por el corazón del Celta, que vuelve a latir. n
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