La falsa comunidad de Belorado resultó un ejemplo de paciencia y discernimiento eclesial

Publicado: 23 mar 2025 - 08:15

El reciente caso de la comunidad que se autodenominaba "Comunidad de H.H. clarisas en Belorado (Burgos)" ha conmocionado a la Iglesia y a los fieles que conocen la espiritualidad franciscana y el carisma de Santa Clara de Asís. Lo sucedido es un recordatorio de la importancia de la vida comunitaria, la obediencia eclesial y la fidelidad a la Regla en la vida consagrada.

Las verdaderas Hermanas Clarisas, fieles a su vocación de caridad y hospitalidad, acogieron en su monasterio a un grupo de religiosas que, con el tiempo, demostraron una total falta de espíritu comunitario y religioso y terminaron sintiendo el único impulso de una ambición económica y empresarial totalmente fuera de lugar.

Aquellas "falsas vocaciones" que fueron recibidas con bondad y paciencia no tardaron en apartarse del verdadero camino de la vida contemplativa, manifestando actitudes incompatibles con la esencia de la Orden. La caridad evangélica llevó a la comunidad clarisa a soportar, con admirable resignación y espíritu de sacrificio, los desórdenes y la rebeldía de este grupo. Sin embargo, la paciencia tiene sus límites cuando se pone en riesgo la integridad del carisma y la comunión con la Iglesia.

Uno de los pilares fundamentales de la vida Clarisa es la vida en comunidad, marcada por la fraternidad, la humildad y la obediencia. Estas virtudes, sin las cuales no puede sostenerse la vocación monástica, fueron precisamente las que faltaron en este grupo disidente. Las actitudes de insubordinación y autosuficiencia mostradas evidenciaron un alejamiento no solo de la Orden de Santa Clara, sino también de la Iglesia misma. La negativa a obedecer al obispo y a la Federación de Clarisas puso de manifiesto que no se trataba de una cuestión de fe, sino de una postura de rebeldía inaceptable dentro de cualquier comunidad religiosa. Ante esta lamentable situación, tanto el Obispo como la Federación de Clarisas actuaron con una paciencia ejemplar, buscando siempre el diálogo y la corrección fraterna. En ningún momento se actuó con dureza o precipitación, sino con la esperanza de que estas mujeres recapacitaran y retomaran el camino de la obediencia y la comunión eclesial. Sin embargo, su cerrazón y actitud contumaz demostraron que eran completamente irrecuperables en la vida religiosa, al menos en los términos en que la Iglesia lo entiende. La paciencia de la Iglesia no puede ser infinita cuando está en juego la verdad del carisma y el testimonio de la vida consagrada.

Este triste episodio nos recuerda que la vida religiosa no es un refugio para individualismos o aspiraciones personales, sino un llamado a vivir en fraternidad, obediencia y servicio. Quienes se apartan de estos principios fundamentales acaban por perder el sentido de su vocación y se convierten en fuente de escándalo para los fieles.

La actitud de la Iglesia en este caso ha sido ejemplar: ha primado la paciencia, la caridad y la búsqueda del bien de las almas, pero sin comprometer la verdad ni la fidelidad al carisma clariano. Como dice el Evangelio, “por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,16), y los frutos de esta comunidad han demostrado que nunca debieron estar en un monasterio de H.H. Clarisas.

Este episodio debe servir de seria advertencia para aquell@s que, en nombre de una supuesta fidelidad a Dios, terminan alejándose de la verdadera comunión con la Iglesia.

Que sigan estas señoras como laicas su personal y ambicioso impulso empresarial, pero que lo lleven a cabo muy lejos de los venerables muros conventuales, erigidos para otras muy alejadas funciones espirituales.

Francisco Castro

Contenido patrocinado

stats