“Mis cuatro horas de espera en el PAC de Vigo”

Mezcla de resignación y desesperación en la sala de espera del PAC de Vigo para ser atendido

La afluencia de pacientes en el Punto de Atención Continuada de Pizarro creció en los últimos días.
La afluencia de pacientes en el Punto de Atención Continuada de Pizarro creció en los últimos días.

Cruzar la puerta y ver la sala llena. El ‘pitidito’ de la llamada suena mientras que me dirijo a admisión. “Dígame”, escucho. Y comienzo a describir los síntomas que me llevaron al PAC de Vigo, en el antiguo Hospital Xeral. Comienza un periplo de más de cuatro horas que sé como va a terminar, pero las colas -excesivamente amplias para un servicio sanitario digno-, me llevarán a pasar allí lo que podría ser media jornada laboral.

El clima mezcla la resignación y la desesperación. En medio de la primera explicación, un paciente protesta a gritos al lado porque “me hicieron perder más de una hora mandándome al centro de salud. Allí no me atendieron porque mi médico está de baja y tuve que volver”, relata.

Dejo mis datos, explico los vómitos y la fiebre y me voy a la sala de espera. Queda mucho tiempo por esperar, muchos minutos aunque todavía no sé hasta qué punto. Poco después descubro la cruda realidad de la sala de espera de Pintor Colmeiro. A mi lado, entre bancos con una pegatina roja para intentar garantizar -sin éxito- la separación y con los pacientes con mascarilla, hablan dos señoras de arte, de lo mal que va la vida, y de la espera. “Llevó aquí tres horas ya, y no me llaman”, se escucha nitídamente bajo la mascarilla, que apenas mitiga el hilo de voz.

Y el sonido de las llamadas sigue adelante, esperando que la tuya sea la siguiente. Quedan muchas por llegar mientras otra paciente desesperada vuelve a pedir auxilio. “No sabe cuándo me van a atender, llevo tres horas aquí”, dice a la trabajadora de admisión. “La prioridad no la marco yo, es según la gravedad y la determinan los médicos”, repite una y otra vez. A la tercera protesta, le piden la hoja de reclamaciones. “Tome, aquí la tiene, y rellénela. Es la única forma de que quede constancia de la protesta”, le dice casi implorando al paciente para que lo haga.

Miro el reloj y llevo una hora y media. Está terminando la segunda parte del partido de la Real Sociedad que escucho en la radio y empezaba al llegar. La espera se eterniza y toca un nuevo paso por el baño para continuar la serie de vómitos que me llevaron al PAC, centro de atención continuada, que es su significado. Aunque, la atención, más que continuada, es desesperante.

Algunos pacientes optan por marcharse a casa, a curar la gripe sin medicación. Alguno se va al Cunqueiro y la mayoría aguanta, aunque la mujer con los ojos llorosos que se encuentra en frente se escurre en el asiento. Cada hora que pasa su cara de enfermedad es más evidente.

A los 150 minutos de estar sentado llega la llamada. Es para la enfermera. Mide la fiebre, vuelvo a describir los síntomas y nueva espera. Por pasar, hasta pasan un par de jóvenes detenidos, esposados y acompañados por la policía local. Cosas de la vida. “Aquí no hay pediatra, lo puede ver un médico de familia”, relatan a cada madre que llega con su hijo. Es ir al Cunqueiro para probar si hay algún especialista o esperar las cuatro horas. Cada una decide. Y, unos minutos después, se marcha un equipo completo y las consultas pasan más despacio. Si el ritmo ya era lento, una urgencia con la consiguiente salida de la ambulancia, reduce a la mitad el cuerpo de médicos que atiende. Hasta su regreso, queda un galeno con la sala llena.

Unas tres horas y media tras la llegada, entró en el box, explico los síntomas y la historia termina de la manera en que ya sabía que lo haría. Es la tercera ocasión en otros tantos años. Medicación intravenosa para los vómitos, paracetamol para el dolor y, media hora después, para casa. Se podía haber resuelto en una hora con un servicio sanitario público, ya no decente, humano. Hacer esperar más de tres horas, es inhumano. Sucedió un martes laborable cualquiera. Sin agobios de fin de semana, sin turismo excesivo, sin agravantes. Es la dura realidad de la sanidad pública.

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