Manuel Lago, del Vigo Rugby: “Me retiró un infarto, pero yo me considero un jugador”
“Me enseñaron que hay que estar; un club como el nuestro crece gracias al sacrificio de la gente", señala el jugador, delegado y entrenador en el Vigo Rugby
Manuel Lago (Vigo, 67 años) recibirá esta tarde un homenaje en la celebración del 35 aniversario del Vigo Rugby. Un reconocimiento a una persona que lleva toda la vida en la entidad. “Soy jugador, es como me siento”, admite.
Pasa el tiempo. Comenzó como jugador, después entrenador, delegado y, alguna vez, directivo. Al final, es la única persona que sigue en el club después de 35 años.
Es un homenaje y no querido. Más bien es forzado. Pero sí, de los que empezamos soy el que continúa. Comenzó gracias a Ramón Amoedo, Álvaro Saa y Eduardo Portela, que ellos habían jugado a nivel universiario en León y, en unas vacaciones de Navidad, quisieron buscar gente para ver si podíamos hacer aquí un equipo. Contactaron conmigo y yo llevaba más de diez años sin jugar, que sólo había estado en un equipo en el 1981/82 pero duró poco. En la Navidad fue cuando empezamos a hacer los primeros entrenamientos en O Vao. Y se dio la casualidad de que en 1988, cuando se empezó la liga, se crearon Mareantes, Lalín y Vilagarcía. Sin conocernos de nada. Tuvimos un primer partido contra el Mareantes de Pontevedra en marzo y en octubre se jugó el primero de liga.
¿Ya sabían jugar o cómo era aquel equipo?
Más o menos era voluntad. La gente era joven y tiraba hacia adelante. Lo bueno es que el resto de equipos también estaban a ese nivel. Sólo había dos o tres jugdores por equipos que sabíamos jugar, pero nada más. Yo tenía esa experiencia, pero llevaba mucho tiempo sin jugar. Al menos, la primera temporada salimos campeones y ascendimos de la segunda de Galicia a la primera.
¿Cómo eran aquellos partidos?
Jugábamos de prestado en el campo del Vincios y los palos los poníamos y los quitábamos. Y el suelo era de tierra, que era los que había en aquella época. Algunos eran peores que el del Vincios, eran de gravilla dura… Ellos eran jóvenes porque yo tenía 30 años y ellos unos diez menos. Cuando llovía, terminabas con la arena por todas las partes del cuerpo. Para entrenar, comenzamos en O Vao, muchas veces con las luces de los coches, y también en Castrelos. Al campo de Vincios íbamos dos días y el partido del fin de semana. Al cabo de unos años, se iniciaron los contactos con la universidad y, gracias a eso, creo que fue lo que salvó al club porque disponemos de unas buenas instalaciones para entrenar y jugar.
¿Cuándo lo dejó?
Me retiró un infarto a los cincuenta años. Justo el día de mi cumpleaños. Una semana antes todavía había jugado un partido de rugby. Estaba en el filial porque siempre me he considerado un jugador de rugby. Es lo que soy. Ni delegado, ni entrenador, ni nada. Soy jugador y es lo que siempre me gustó. Lo raro es que comencé a jugar en Argentina, en seis años que estuve allí por motivos laborales de mis padres, pero yo ya tenía el gusanillo metido en el cuerpo gracias a los Maristas, que nos dieron un balón oval y para adelante. Y, al irme a Argentina, caí en un barrio con cuatro clubs y ya comencé porque hay muchos equipos allí. Fue en el 1971.
Lo lían como entrenador y ya conocemos a Manolo Lago como eterno delegado.
Siempre hay que estar y es el cuerpo lo que te permite. A mí siempre me enseñaron, sobre todo en Argentina, que hay que estar. Aquí no hay ese sacrificio por el club y por la gente, que es lo que lleva a mejorar. Hay muchos que pasan por el club y que, después, no han devuelto todo lo que se le enseñó para que pueda crecer la entidad. Es cierto que hay personas que sí que dieron mucho por el club, pero que terminaron quemándose.Incluso quien puso dinero y que lo ha perdido. Durante 35 años, pasaron muchos, pudieron ser más de mil y pocos se han quedado para ayudar. Desde mi punto de vista, el club mejora por el sacrificio de la gente. No dejamos de ser una estructura amateur y dedicarle tiempo es algo fundamental.
Creo que lo de directivo no le gustó.
Estuve un tiempo porque me pusieron allí en un papel, pero no es lo mío. Después, me echaron y quedé contento. Pero sí que falta esa historia de sacrificio por el club. Cuando terminas de jugar, hay que aportar por la entidad. Fundamentalmente con trabajo, con ayudar, que somos una entidad pequeña. No hay que tener un cargo. Con hacer pequeñas cosas, sirve. Lo que pasa es que si hay poca gente, los que están se queman. Hubo años en los que pensé dejarlo, pero sigo ahí porque me gusta el rugby, me gusta estar con la gente y dar los pequeños consejos que puedo. Soy ese viejo gruñón y, si me vienen a preguntar, cuento esas historietas de lo que me ha pasado a mí e igual sirven a los otros. Siempre estoy en los entrenamientos del primer equipo y el fin de semana voy. O como delegado o viendo partidos de una u otra categoría.
El equipo llegó a la División de Honor, ¿cómo lo vivió?
Es lo más grande que nos ha pasado. Jamás pensamos en que podía darse alcanzar la División de Honor. Estuvimos cuatro años y es mucho dinero el que hay que meter y también muchas horas las que se necesitan invertir. Incluso, se pelea con la Federación Española porque doy fe que no nos quiere ahí arriba. Somos los pringados de la punta de España y les cuesta mucho venir aquí. Vi actitudes que no me gustaron, pero es lo que hay. Esa etapa fue un paso muy grande para dar a conocer el rugby en Vigo y creo que lo próximo es tener un sitio para juntar a la gente, disponer de una sede social. Que la familia del club pueda tener un lugar en el que reunirse, hablar y vivir el rugby. Tenemos el campo, ascendimos a División de Honor, que no sé si fue bueno o malo, pero era lo que había que hacer. Después vino la pandemia y ahora hay que volver a empezar, pero con una sede. Disponemos de una buena cantera, que puede ir a más, pero no hay cómo competir en Galicia, porque no todos tienen categorías inferiores y femenino. Apenas hay equipos cerca y un chaval no puede pasarse el año jugando ocho o diez partidos. Podía solucionarse con Portugal, que está al lado, pero no podemos competir con ellos por un tema del seguro.
En los ochenta, ver a una mujer en un campo de rugby era algo muy extraño.
Y podía haber más. Lo que pasa es que la gente todavía relaciona el rugby con un deporte de riesgo, de golpes, de hacerse daño. Y no es así. Llegaron a raíz de pasarnos a la universidad y está totalmente normalizado hoy en día.
Y creo que tiene una relación, digamos que especial, con los árbitros.
No, no, los respeto mucho. Lo que pasa es que había muy poca formación. Ahora, se mejoró mucho, pero hace unos años le dejaban arbitrar casi a cualqueira y había días en los que complicaban ellos los partidos. Igual algún grito cayó, pero siempre con las disculpas por delante. Con los años, puedo decir que no me llevo mal con ningún árbitro. También tengo que decir que, cuanto peor es el equipo, peores son los árbitros. Un árbitro de estos, si lo pones en el Seis Naciones, lo haría mejor porque los jugadores se lo facilitan mucho. En una categoría baja, no puede haber un colegiado bueno. Es cierto que en Argentina, por ejemplo, los árbitros buenos dirigen a inferiores para formar a los jugadores. Pero es verdad que, a día de hoy, todo esto está mejorando mucho porque la formación se incrementó a todos los niveles: árbitros, entrenadores y jugadores.
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