Balonmano

De Montaña y de mar

Sancha y Ramos posan juntas en A Sangriña, donde han vuelto a reunirse tras dos años separadas.
photo_camera Sancha y Ramos posan juntas en A Sangriña, donde han vuelto a reunirse tras dos años separadas.

María Sancha y Ania Ramos, amigas de la infancia en la comarca del norte de Palencia, se han reencontrado esta temporada en el Guardés: “Vuelve a ser todo como siempre”

La Montaña palentina es una comarca en el norte de la provincia castellana de una extraordinaria belleza natural, con personas que se abren paso a partir de la ganadería y la minería, además de con el turismo rural. Allí nacieron hace 22 años María Sancha y Ania Ramos. Una en Santibáñez de la Peña, otra en Velilla del Río Carrión. Cuando cursaban cuarto de Primaria se conocieron, afianzaron su amistad a través del balonmano y nunca más se volvieron a separar. O casi. Sancha fichó por el Guardés en 2021. Y no fue hasta el verano pasado, cuando Ramos siguió sus pasos. “Vuelve a ser todo como siempre”, coinciden.

Ambas se ríen, se interpelan, se interrumpen. La complicidad sobrepasa la pantalla en la videollamada. Se les nota felices en el piso que comparten en A Guarda. “Es igual que cuando estábamos en León, solo que allí era una habitación y un baño y aquí es una casa”, bromea Sancha. Efectivamente. Tras quemar etapas juntas en el Fuentes Carrionas de su comarca, ambas ficharon por el Cleba leonés. A la inversa que en esta ocasión, fue Ania la primera en irse. Pero no del todo. “Aún era juvenil, por lo que iba y venía todos los días, así que seguíamos viéndonos mucho”, explica. Al año siguiente, el del salto a sénior, María también se convirtió en jugadora del Cleba y ambas se mudaron a una residencia de estudiantes. “Teníamos que irnos por estudios sí o sí”, confirman.

Tras crecer en la segunda categoría, llegó el turno del siguiente paso. “Cuando me llamó Prades, estaba cagada”, reconoce la primera línea, ahora en su tercer curso en A Sangriña. Pese a los miedos, recuerda lo bien que la acogieron, antes incluso de poner un pie en A Guarda. “Lorena (Pérez) y Marisol (Carratú) me dieron la bienvenida con mensajes”, rememora. Pero, en la pista, notó el salto. “Es otro rollo completamente diferente. Te das cuenta al momento lo que significa ser profesional", recuerda Sancha, que valora mucho ese año junto a dos vecinos de Petrer como el propio José Ignacio Prades y Paula Arcos. “Mucha calidad”, resume. Ania, que está viviendo el mismo cambio estos meses, lo confirma: “El nivel de intensidad sube muchísimo. Y los golpes que recibes, también”, reconoce entre risas. 

En estos dos años separadas, “siempre hubo contacto”. Pero ahora, todo es mejor. “Nuestra relación es la misma que con ocho años”, destaca Ania, mientras su amiga asiente. Ya no son niñas de Primaria, ni cadetes, ni jugadoras de Plata. Son profesionales. Pero también amigas que siguen creciendo. “A Guarda y el Guardés han sido el paso para madurar: como jugadora y como persona”, concreta Sancha, secundada por Ramos. Ambas, naturales de la Montaña, pero con una vida juntas al borde del mar. 

Ania Ramos: “Si estoy en el Guardés, es gracias a Sancha”

No imaginaba María Sancha que, cuando fue a cerrar su renovación el curso pasado, acabaría incluyendo en ella labores de dirección deportiva. “Pregunté por el proyecto y me dijeron que querían contar con Ania. Dije '¿cómo? Y pedí que me dejaran hablar con ella", explica la primera línea de Santibáñez. Y así lo hizo. “Cuando me llamó Sancha, no me lo creía”, recuerda Ramos. “¡Y no quería venir!", interrumpe su amiga. “De primeras da vértigo, pero luego lo piensas y es una gran oportunidad”, continúa la extremo de Velilla. “Además, tener el apoyo de Sancha aquí, que me aporte su experiencia, es muy importante. Si estoy aquí es gracias a ella”, sentencia.

De niñas, María y Ania también compartieron selección de Castilla y León.
De niñas, María y Ania también compartieron selección de Castilla y León.

El caso es que la decisión ha sido acertada. En su debut en División de Honor, Ania está jugando mucho y bien. “Al principio tenía mis dudas, pero ahora muy bien”, reconoce con timidez.

Sancha, en cambio, no está gozando del protagonismo que sí tuvo el año pasado, cuando explotó como una jugadora diferencial. “Sé que ahora no tengo ese rol, pero estoy tratando de adaptarme a las nuevas compañeras y a la entrenadora”, reflexiona con seriedad. “Siempre voy a trabajar para mejorarme a mí misma, porque así podré ayudar a mejorar al equipo. Intento aportar el máximo”, añade María, que encuentra satisfacción en el rendimiento de su amiga: “Yo no estoy jugando mucho, pero me alegro mucho porque Ania sí lo está haciendo. Y verla en su primer año, con tantos minutos y haciéndolo tan bien... Me siento muy orgullosa de ella”.

María Sancha: “Preferimos el clima seco, aunque sea muy frío; y se echa de menos la nieve”

En su corta trayectoria vital, Sancha y Ramos pasaron de la Montaña palentina a León y ahora A Guarda. “Se parecen en lo acogedora que es la gente. Vas por la calle y te saludan”, explica María, que vive su tercer año en la desembocadura del Miño sin terminar de acostumbrarse a según qué cosas. “No nos gusta la humedad. Preferimos el clima seco, aunque sea muy frío. De hecho, se echa de menos la nieve”, comenta.

En su tierra, con esas gélidas temperaturas, se forjó su amistad con Ramos. Primero, jugaban una contra otra en una liga comarcal de colegios. Luego pasaron al Fuentes Carrionas juntas y allí empezaron a competir por toda Castilla y León con plantillas de apenas 7 u 8 jugadoras. “No había responsabilidad competitiva. Solo lo pasábamos bien”, recuerda Sancha, que rememora aquellos largos viajes. “Era un bus gigante y solo viajábamos ocho o diez personas. Aun así, Ania y yo dormíamos juntas en los asientos de atrás”, apunta. Su amiga se ríe al viajar mentalmente al pasado. "Jugábamos a cosas, hablábamos, poníamos música. Éramos una familia", confiesa Ramos. El deporte construye buenos recuerdos. 

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