Oviedo 0 - 0 Celta
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Una vez más, nada que rescatar en el resultado -otra derrota en casa y ni un mísero gol- y varias cosas que rescatar del juego. El Celta, liderado por Aspas, brilló ante el Atlético en una primera parte marcada por la expulsión de Iván Villar. Después, sucumbió.
Estar, aunque sólo sea un minuto, dentro de la cabeza de Iago Aspas durante un partido. Tener la concepción espacial tan exacta de un campo de fútbol. Intuir las señales de los rivales con las que jugar para cambiar de ritmo. Hallar pases milimétricos y dibujarlos con precisión de cirujano para que el balón se amolde con naturalidad al paso del compañero. Dar sentido a cada esfuerzo físico hasta el preciosismo. Con el moañés pensando, el fútbol pasa de ser un deporte meramente competitivo a un deporte disfrutable.
Quiso Rafa Benítez cambiar algo. Y se le ocurrió, felizmente, situar más cerca de Aspas a Mingueza. Para ello, liberó al catalán del lateral dando los primeros minutos de la temporada a Kevin. Un 4-4-2 que le sentó bien al equipo vigués. Desde que en el minuto tres, Aspas y Mingueza tiraron la primera transición en pared y encontraron el desmarque de Larsen, cuyo disparo sin demasiado ángulo lo detuvo Oblak.
Disfrutaba Balaídos porque sus jugadores de vocación ofensiva aparecían, con Iago Aspas al mando. Larsen daba lecciones de clase en sus controles y demostraba visión de juego en sus pases y en sus desmarques; Bamba ponía fuerza y sentido a cada una de sus carreras verticales; y Luca de la Torre sumaba con sus conducciones desde el centro del campo mirando a la portería rival. Pero Mingueza y Larsen no acertaron en el remate.
El Atlético de Madrid tiene esa filosofía de esconder su calidad individual dentro del funcionamiento colectivo. Pero su circulación demuestra que cada pie por el que pasa el balón tiene enorme criterio. Se dejó caer por el área celeste con una llegada de Samuel Lino, pero su golpeo de delantero lo sacó en una gran intervención Iván Villar.
Era un partido para disfrutar. Los dos equipos tenían argumentos sólidos y equilibrados. Compartían la posesión de balón, con más tendencia colchonera y, lo trascendental, tenían entre ceja y ceja hacer daño en el área rival.
Pero el fútbol es cruel hasta con los espectadores. Un centro sin mayor historia sobre el área celeste vio a Villar adelantarse a la presencia de Morata. Pero al de Aldán se le escurrió entre los guantes y, cuando quiso reaccionar, derribó al delantero internacional español. El árbitro fue raudo en dos decisiones determinantes: penalti y expulsión del meta celeste. En el minuto 24, todo lo prometido se vino abajo porque se desequilibran las fuerzas en lo numérico. Y el Celta tuvo ese momento de lamento de la mala fortuna, de sentir que los hados van en su contra, de darse de bruces con la realidad que lo tiene en descenso. De recordar que, aunque en el campo pueda codearse con gigantes, fuera está en una situación complicada.
Porque, obviamente, Griezmann no falló el penalti e inició su gran noche. Kevin, rumiando la injusticia, se fue para que Guaita debutase con el Celta. Pero Aspas no se apagó. Siguió apareciendo y dando criterio a cada transición. “Es el mejor viendo gente correr”, definió Simeone el día antes. Lanzó a Larsen, ya sacrificado para cerrar la banda derecha, pero el nórdico llegó agotado al remate. Y hasta el moañés tuvo su oportunidad, tras encontrarse por la izquierda con Bamba y De la Torre.
El problema era que el sobreesfuerzo no tenía visos de poder estirarse en el tiempo. Pero el Celta se empeñó en no pensar más allá del campo y en insistir. Fruto de esa insistencia -y de otra gran acción de Luca de la Torre- Bamba golpeó desde el borde del área y el balón pegó en el larguero. Ese temblor del palo de la portería de Oblak fue el último halo de vida del partido. Porque, además, Benítez decidió pensar en el futuro más que en el presente y sacó del campo al alma celeste: a la hora de juego, Aspas se sentó en el banquillo.
El Atlético encontró espacios. Y Griezmann, que ha tornado en un futbolista criterioso al máximo, los explotó. Así, fue con más fe al cruce que Unai Núñez y, cuando entró en el área, quiso centrar pero marcó. Era el 0-2. Era la sentencia. Quedó media hora para que el delantero francés cerrase su ‘hat-trick’ y para que los dos equipos errasen ocasiones. Ya daba igual. Todo lo bueno, que lo hubo, y todo lo malo, que se sufrió, ya había pasado. La clasificación, que ignora méritos a corto plazo pero los reconoce a la larga, sigue diciendo que el Celta es el tercer peor equipo de la Liga.
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