Miles de aficionados llevaron en volandas al autobús del Celta hasta Balaídos

El autobús del Celta, en medio de una marea celeste antes de llegar al estadio. // Vicente Alonso
photo_camera El autobús del Celta, en medio de una marea celeste antes de llegar al estadio. // Vicente Alonso
Un masivo pasarrúas con miles de aficionados cubrió en una hora el trayecto entre Praza América y Balaídos

La ola de Kanagawa es una de las imágenes más icónicas del mundo. Todo el mundo la conoce. Todo el mundo la ha visto alguna vez. La famosa estampa japonesa, obra de Katsushika Hokusai, muestra el viaje de tres barcas tradicionales, que trasportan pescado vivo a puerto, con el Monte Fuji al fondo. Ayer, la explanada de Tribuna escenificó tan mítica pintura. El estadio como la montaña sagrada al fondo, el autobús que transportaba al Celta al partido decisivo por la permanencia como la embarcación y la marea celeste que abarrotaba la calle como una gigantesca masa de agua.

 

Como una ola. El amor celeste llegó a la vida de los futbolistas, tan estupefactos dentro del vehículo como cualquiera que veía semejante maremagnum. Hacía falta un plus más allá de lo futbolístico para alcanzar tan dramática permanencia. Y el Celta lo tuvo. Una montaña de agua en forma de miles de aficionados levantó al bus y lo impulsó hacia el estadio. El primer arreón de los muchos vividos durante toda la tarde.

El autocar apenas podía avanzar en la literalidad. Pero desde lo figurado, estaba volando. Entre bengalas, petardos, banderas y cánticos, los futbolistas célticos empezaron a levitar. La muerte de Cádiz exigía una resurrección y ese autobús, que podía ser un ataúd, se convirtió en un avión hacia la vida. Un tsunami gigantesco salido de una pila bautismal que perdona todos los pecados que llevaron al equipo celeste a este padecimiento. Pero con final feliz. Una ola de Primera.

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