Claudio Giráldez, una mente para el Celta

Claudio Giráldez bromea ante una planilla de un campo de fútbol el día de su presentación.
photo_camera Claudio Giráldez bromea ante una planilla de un campo de fútbol el día de su presentación.
Claudio Giráldez tiene dos carreras universitarias -Ciencias de la Actividad Física y del Deporte y Periodismo- e incluso cuando era jugador ya pensaba más como un entrenador

Probablemente él ni lo sabía, pero cuando el joven futbolista Claudio Giráldez trataba de abrirse paso en el filial de uno de los clubes más importantes del mundo, una parte de su subconsciente ya pensaba en ser entrenador. Los años, las vivencias y la realidad corrieron el velo de la consciencia y puso todo su empeño en conseguir sentado en el banquillo lo que no pudo lograr corriendo por el césped. Lo ha conseguido.

Lo de correr hay que entenderlo en un sentido metafórico. El Claudio jugador no era un dechado de virtudes físicas y la verdad es que tampoco se preocupó demasiado en trabajar esas limitaciones. Pero de los errores se aprende. Esa carencia le impidió ser mejor futbolista, pero le ha servido para ser mejor entrenador. 

Porque su mente siempre estuvo afilada. Supo aprovechar el tiempo y sacarse dos carreras. En su pared cuelgan los diplomas de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte y de Periodismo. Su cabeza era inquieta desde joven y él la alimentó. Con su pasión por el fútbol, claro, pero también con otros temas. De ahí su afición por la lectura. 

De alguna manera, cultivar su cerebro era lo que le permitía competir dentro del terreno de juego. Era su inteligencia táctica la que sustentaba su labor en el centro del campo. Eso y una pierna izquierda de campanillas. Pura calidad. Por suerte o por desgracia, no le alcanzó para la élite, pero sí para una Segunda B en la que debutó, precisamente, en Barreiro. El porriñés militaba en el Castilla y enfrente estaba un Celta B que contaba con un tal Iago Aspas. Después de conocer las canteras de Real Madrid y Atlético, regresó a Galicia. Jugó en el Pontevedra, el CD Ourense y el Coruxo y acabó en el Porriño Industrial, en casa, con el 10 a la espalda. Era 2019.

Por aquel entonces, la carrera del Claudio entrenador ya había comenzado. Mucha formación, una inquietud constante y el aprendizaje sobre el terreno en distintos equipos de la base del Celta. Así, hasta los pasos finales, los más conocidos, en el Juvenil A y en el Celta Fortuna. Allí ya iba de la mano con su amigo y vecino de Porriño Róber Fernández.

Junto a él, ha llegado a la Primera División y al banquillo del equipo del que ambos son aficionados. El destino es caprichoso y no garantiza nada. Menos todavía en el mundo del entrenador. Pero esa cabeza ya entendía dentro del rectángulo verde cuándo había que ir a presionar, dónde tenía que posicionarse para recibir la pelota y cómo podía hacer daño a la estructura defensiva de los rivales. Una mente hecha para el fútbol, que va a debutar este domingo en el banquillo del Celta.

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