Opinión

Los sambenitos del siglo XXI

El museo Diocesano de Tui conserva lo que, al parecer, son los últimos “sambenitos” (sacos benditos) existentes en el país, fechados en el siglo XVII, cuando el poder absoluto en España, aun estaba en manos de la Iglesia católica, por encima del poder político y por supuesto del económico, del que participaba activamente. Todo ciudadano debía ser significado católico practicante, so pena de caer en manos de la policía de Dios, de la “Santa Inquisición”, del “Tribunal del Santo Oficio”, un grupo de fanáticos todopoderosos guardianes de la fe, los dominicos, aupados a tal honor, desde su fundación en España, por la reina “católica”. Los Autos de Fe o procesos sumarísimos a que eran sometidos los sospechosos de herejía, brujería, prácticas judaizantes o cualquier otra “ofensa” a la Iglesia, eran precedidos por interrogatorios en los que las torturas mas impensables eran la moneda habitual, para acabar buena parte de las veces quemados vivos en la hoguera. Pero el asunto no acababa ahí. El reo era además condenado a vestir públicamente los llamados “sambenitos”, unas túnicas en forma de poncho, en las que se gravaban rojas cruces de san Andrés con signos que resultasen perfectamente identificables de la pena a que había sido condenado, exponiéndose además en las iglesias, ya para siempre una vez el reo hubiese cumplido su condena, alertando de no contratar ni tener relaciones, no solo con el reo, sino con sus padres, hijos, cónyuges e incluso parientes, que inevitablemente quedaban marcados para siempre. 
Una vez que la Iglesia perdió el poder absoluto y tuvo que abandonar su habitual proceder de salvaje intolerancia (finales del XVIII) hacia quienes, en uso de la libertad, optaban por otras vías a la hora de entender la vida, los sambenitos desaparecieron rápidamente.
Hoy vivimos, afortunadamente, en un Estado laico, donde la Iglesia ya no puede imponer de forma absoluta su sempiterna y hoy camuflada intolerancia, pero ello no obsta a que nuevos “sambenitos” se hayan adueñado de nuestra sociedad. Vivimos en un teórico Estado de Derecho que nos garantiza que todo ha de estar sometido a la ley, pero para confeccionar tal ley disponemos de un poder teóricamente independiente (el poder legislativo), formado por toda una serie de políticos sometidos al primer poder (el ejecutivo), que solo legislan aquello que a su juicio les puede favorecer en cuanto al mantenimiento de su estatus político, huyendo de cualquier asunto conflictivo. Para velar por el cumplimiento de tal ley, disponemos de un poder (el poder judicial), nuestros “dominicos”, nombrados también por el ejecutivo, encargados de “administrar” justicia, y que son el mayor fracaso de tal Estado de Derecho, pues su falta de independencia, consentida por sus colocados “responsables”, les obliga a tal falta de dotación y de medios, que finalmente no hacen otra cosa, tras eternizarse en sus cometidos, que administrar, en buena parte de los casos, y tras años y años de papeleo, las mas absolutas  arbitrariedades.
Frente a ello, el cuarto poder, la prensa, actualmente en la mas absoluta carencia de medios, obligada a una competencia feroz y a sorprender a diario, desde una incontenida premura y a base de zarpazos parciales sobre la noticia, va día a día confeccionando la instrucción de un proceso, que al cabo de muy pocos días se encuentra ya listo para sentencia, no sin antes haber colgado varios “sambenitos” a destajo, las mas de las veces de forma precipitada y sin demasiadas bases para ello.
Mientras la “justicia” ha condenado, tras 25 años de injusta lentitud, a Núñez (ex presidente del Barça), aunque para cargarse a un juez incomodo ha necesitado únicamente semanas, la prensa condena a los Pujol en menos de una semana, lo que quizá haga también nuestro tercer poder varios lustros después, si aun vive el “muy honorable”.
Evidentemente, ninguna de tales actitudes tiene nada que ver con la justicia, pues ni se puede condenar a nadie en una semana, sin escuchar exhaustivamente a las partes y sus razones, aunque de entrada nos parezcan despreciables, ni hacerlo a los 25 años significa haber actuado en justicia, pues a lo largo del tiempo, ninguno de los múltiples jueces que acaban interviniendo se lee, para nada, los miles de folios acumulados.
Lo que si funciona es el sambenito que a unos y a otros les cuelga la sociedad, sin mantón ni capirote, sin condena ni proceso, pero sí en Internet, en todos los periódicos, emisoras y televisiones, urbi et orbe y, al igual que entonces, para ellos, sus hijos, padres, cónyuges, parientes, etc.
¿Cuál es nuestra actitud ante apellidos como Bárcenas, Pujol, Rato o Blesa (un auténtico canalla, nombrado a dedo por su amiguete para manejar chulescamente el banco del partido, repartir tarjetas “gratis total”, estafar a los pequeños inversores, reírse de todos, e incluso cargarse al juez que empezaba a juzgarle, etc., etc.), mientras el gobierno, a costa de nuestros impuestos, les rescataba de todas las barbaridades que el presidente del banco de España, el agazapado Fernández Ordóñez consentía? 
Mientras no consigamos que la “justicia” sea verdaderamente independiente, esté perfectamente dotada y tarde menos de un trimestre en dictar sentencias judiciales, no solo las “sentencias mediáticas” serán las mas apreciadas y consideradas por el pueblo, sino que los sambenitos volverán a florecer espectacularmente en España.  Por el camino que vamos, lo primero es impensable y lo segundo, algo ya inevitable, y no olvidemos que sin una justicia de verdad, ni hay democracia, ni progreso, ni Estado de Derecho, ni farrapo de gaita. 

Te puede interesar