Opinión

De pintxos y tapas

La humilde y característica tapa que suele acompañar en los bares españoles a la ingestión de la bebida –habitualmente el vino, el vermú y sobre todo la caña de cerveza- tiene al parecer su nacimiento en un pedazo de pan colocado en los figones antiguos sobre el vaso para evitar que las moscas se colaran dentro. La rebanada de pan a secas pronto se acompañó de algo de más enjundia, quizá una rebanada de chorizo, quizá una cucharada de lentejas, tal vez un torrezno, iniciando de este modo un acompañamiento al contenido del vaso que permitía la ingestión de una mayor cantidad de alcohol –los taberneros echaban mano de alimentos salados o picantes para tirar del trago-porque se bebía con algo en el estómago y el vinazo no caía en vacío.
Denominar tapas a las compañeras de la bebida ha sido siempre la costumbre de esta España nuestra que diría el poeta y que recordó Cecilia, y en Inglaterra la palabra española “tapa” eoloquial y se usa con gran frecuencia. Acabo de ver un programa de cocina hecho por una guapísima cocinera británica que se ha marcado una paella que es como los sanfermines y las fallas de “Misión Imposible”, un dislate completo. Y se ha referido, eso sí, a las tapas como la más grande aportación de los españoles a la civilización europea.
Sin embargo ahora, coincidiendo con la ola de imbecilidad que nos invade, se ha dado en llamar a estas tapas de toda la vida con la denominación de pintxos, usando una pretendida acepción vascuence que, como casi todo el mundo sabe, consiste en sustituir la ch por tx y así se adopta lo que sea. Por ejemplo, he txocado con el cotxe y lo acabo de hacer txatarra.
Sospecho que a esta sociedad titubeante e insegura del siglo XXI le han falta argumentos  que consoliden la personalidad colectiva sin falsedades ni coartadas absurdas. Lo de los pintxos es una modernidad injustificada aunque todos ellos estén muy buenos que lo cortés no quita lo valiente. Pinchos, banderillas, tapas, canapés o como se quieran llamar son patrimonio de todos nosotros y florecen como verdaderos tesoros en cualquiera de nuestras latitudes. En Zamora, en Madrid, en Cáceres, en Valencia, en Barcelona, en Logroño, en Málaga, Benavente, Jaca o Albacete. También en Vigo y este fin de semana en Baiona. O sea, que de pìntxos, nada.
 

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