Opinión

El pacto o el sálvese quien pueda

Tras la comparecencia de Carme Forcadell ante los magistrados del Supremo y el manso y quizá sorprendente comportamiento de la ex presidenta del Parlamento de Cataluña que declaró unilateralmente la secesión, el ámbito por el que transita el independentismo parece haberse reducido a la casilla cero. Forcadell, aquella heroína iluminada e iracunda que arengaba a las masas predicando a voces la rebelión en plena calle subida en un improvisado poyo formado por cajones de contener cerveza, es hoy una mujer entregada y rendida, dispuesta a renegar de todo lo que ha defendido con la vehemencia de un converso, a cambio de no ingresar en la trena. Forcadell ha abjurado de los principios de la causa, ha banalizado tristemente la efímera república, ha tachado de  acto simbólico la declaración de independencia y ha considerado pertinente y necesaria la aplicación del 155. Ha pagado o le han pagado el aval de los 150.000 euros y, tras prometer que se retira de toda actividad política, vuelve a casa para aceptar en soledad el fracaso servido en bandeja de plata por los clamores de su propia y frágil conciencia. 
Dicen por mis ambientes que el comportamiento de la ex presidenta estaba pactado y que todo lo exhibido en Madrid ante los jueces forma parte de una estrategia, pero a mi no me cuadra francamente porque no acabo de comprender que sentido tiene  hacer lo que ha hecho mientras Junqueras y medio gobierno catalán sigue en la cárcel y el que queda apura el cáliz de la diáspora refugiado entre las nieblas de Bruselas. No hay guapeza en ninguno de estos tres escenarios sino una fuerte pestilencia rendición, redención y sálvese quien pueda. Si la posición de Forcadell ante el Supremo es fruto de un pacto parece ideado para formar parte de “La venganza de Don Mendo” y si no lo hubo, la unidad de los cesionistas ha saltado por los aires y Junqueras morderá de frustración los barrotes en Estremera y Puigdemont se dará de cabezazos contra el borde del lavabo mientras se lava en él los calzoncillos. Un final patético, muy prosaico y nada épico para un proceso que se desbarata al ritmo de sus propias miserias. La Agencia del Medicamento que se va de Londres por el Brexit ya no irá probablemente a Barcelona en reciprocidad con la inestabilidad que propone el medio. Y la feria mundial de telefonía móvil corre un claro riesgo. Mientras, en Barcelona, un terrorista asesino que ahora maneja un sindicato minoritario impone una huelga general valiéndose de matones que nutren sus piquetes y Cataluña se desangra y se vacía de empresas superada la frontera de la tragedia. El último que apague la luz.

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