Opinión

Otra vez de festival

Si bien yo mismo no dejo de sorprenderme de esta condición y con frecuencia me pregunto a qué se debe tan largo y fiel entusiasmo, he de reconocer que soy asiduo espectador del festival de Eurovisión y que hubo un tiempo en el que en mi casa proponíamos nutrida cita familiar y preparábamos cena por todo lo alto para presenciarlo. Yo tengo recuerdo casi nítido de las primeras ediciones. Tengo muy presente por ejemplo, la imagen triunfadora de Massiel  en el Londres pop de 1968, cantando y bailando sobre un escenario aquella canción del Dúo Dinámico a la que Serrat - extorsionado por el naciente nacionalismo catalán- renunció a interpretar. Recuerdo también a otra catalana, Salomé, meneándose bajo el peso de un original vestido de gala que pesaba lo mismo que una armadura para alcanzar un nuevo podio. Fue en Madrid al año siguiente del triunfo en Londres y se produjo en la cabeza un triple empate junto a Irlanda y Holanda. Después de aquello no hubo nada y nuestro país ya no ha vuelto a ganar otro concurso televisivo tras casi medio siglo de asistencia. Se ha quedado cuatro veces en puertas gracias a Karina, Mocedades, Betty Misiego y Anabel Conde –de la que no se acuerda nadie- y la participación española ha recibido más palos que homenajes desde que participó por primera vez en 1961 con la voz y el tronío folclórico de Conchita Bautista que nos representó en la cita celebrada en Cannes.
Este año, y tras utilizar todas las fórmulas conocidas para la elección de representantes, mandamos a Kiev a un falso surfista al que se eligió en medio de una bronca muy respetable. Se atizó dura polémica y escamoteo en la designación, a Manel Navarro no lo eligió el público sino un jurado sumamente parcial y probablemente tramposo, y al final dicen que hubo griterío y empujones fuera del tiro de cámara. El cantante es blandito como su banda, a veces desafina ligeramente y tiene poco cuajo. Pero en verdad prefiero un cristiano para que se lo coman los leones a un ridículo como aquel que la factoría Buenafuente obligó a hacer a un buen actor como David Fernández en el estúpido rol de Rodolfo Chikilicuatre.
Somos uno de los cinco países que nos clasificamos de oficio. A veces pienso lo bien que nos iría si nos pudieran eliminar a la primera y nos ahorráramos el soponcio.  
 

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