Opinión

El juguete pisoteado

De entre los personajes que más cuesta entender en su estado actual ninguno como Luiz Inacio Lula de Silva, antiguo y carismático presidente de un Brasil que le tenía como ejemplo de honestidad y compromiso y que está a estas alturas a punto de ingresar en prisión sin vuelta atrás, después de que se hayan agotado para él todas las vías de recurso que pudieran retrasar el cumplimiento de su condena. Lula lleva un par de años litigando para aplazarla y ayer su última posibilidad se ha esfumado. Un tribunal le condenó a nueve años de cárcel por delitos de corrupción en el proceso “Petrobras” –la compañía mixta mayoritariamente pública de explotación de los recursos petroleros del país- y después de que los abogados de Lula presentaran recurso, la Justicia lejos de rebajarle la pena se la aumentó a doce años. Al ex presidente le quedan diez días escasos de libertad porque los plazos ya han caducado y las instancias  a las que apelar también y, o se produce un milagro que nadie espera o el que fuera héroe de la clase trabajadora brasileña y arquetipo del prodigioso  salto cualitativo de la economía carioca irá a la trena por un periodo de tiempo más que respetable. Lula tiene en la actualidad 72 años y cuando a finales de 2010 abandonó la presidencia de la nación, se cuidó mucho de prepararlo todo para que le sucediera su más leal, adicta y fiel colaboradora, la economista Dilma Rouseff. El mentor se mantuvo en la sombra pero el caso es que ninguno de los dos acabó bien la historia. Lula irá a la cárcel lo que le queda de vida y Rouseff fue suspendida por el Senado de su país de todos sus cargos y hubo de renunciar a la presidencia de la nación y a la jefatura de su Gobierno.   Entre las cuentas de la compañía petrolera y las del Mundial de fútbol, la vida política de ambos grandes referentes de la historia reciente de Brasil se ha desbaratado.
Ahora que Lula va a entrar en la cárcel y ahora que le van a hacer cumplir una sentencia de doce años cabe preguntarse cómo es posible que un personaje de la dimensión del ex presidente acabe de una manera tan desgraciada. Cómo un sujeto ejemplo máximo de honestidad y compromiso para dos generaciones pueda triturar de un modo tan lamentable su lugar en la Historia. Es verdad que esa Historia está cuajada de juguetes rotos que pasan de la gloria a la tragedia de la noche a la mañana. Pero Lula era un símbolo que trascendía a sí mismo incluso con independencia de sus políticas más o menos acertadas. Su desastroso final no solo acaba con él y su propio mito sino que descalabra  una ilusión colectiva, una referencia moral y una fama. Su comportamiento implica un desastre mundial. Ya nadie va a creer en los honestos. Quizá en realidad no los haya.

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