Opinión

Conversaciones en la catedral

La ceremonia religiosa ofrecida en Palma de Mallorca ha trasmitido la inequívoca sensación de profundas desavenencias en el seno de la Familia Real, un clima trabajosamente disimulado por sus portavoces, pero conocido por la prensa y por la calle que ya consideran este clima de tensión un tema del dominio público e imposible de orillar. La salida de la iglesia mallorquina tras el funeral, y sus múltiples avatares incluyendo la traca final con la abuela y reina emérita tratando de fotografiarse con sus nietos mientras la reina Letizia lo impedía boicoteaba la acción en sorprendente colaboración con su propia nieta que fue la que por tres veces apartó la mano de doña Sofía, confusa y atribulada, ofreció tal cantidad de incidentes que nadie a estas alturas debería pensar que se originaron de buenas a primeras sin que vinieran precedidos de un clima cada vez más extremo e irrespirable.
La situación no es nueva y referentes históricos existen en abundancia que pueden compararse con esta penosísima escenificación de la que ya habla toda Europa con la misma intensidad y dedicación que del gol de Cristiano Ronaldo. La reina María Cristina, segunda esposa del rey Alfonso XII, viuda muy joven con dos pequeñas infantitas a su cuidado, se convirtió en Regente y le faltó tiempo para desarrollar una medida pero implacable venganza con aquellos que habían colaborado a que se sintiera humillada y en permanente desprecio durante la corta vida de su esposo. Dicen las crónicas que cuando Alfonso XII perdió a su primera mujer -la jovencísima y angelical Mercedes de Montpensier- se tornó en un personaje oscuro capaz de ser un monarca competente por el día y un depravado lobo solitario por las noches al que seguramente su tuberculosis potenció incluso sus ya de por sí irrefrenables deseos de ayuntamiento  carnal con todo lo que se meneaba. El monarca se casó con la princesa María Cristina a la que fue a conocer hasta Arcachone acompañado de su secretario el duque de Sesto. No renunció a esos apetitos ni casándose de nuevo y por su lecho pasaban sin disimulo La Biondina, Elena Sainz y otras muchas bellezas de la época. Cuando el monarca murió, los que contribuyeron a ayudarle en sus devaneos lo pagaron posteriormente con sangre.
La reina Letizia también va a exigir un sangriento tributo ahora que tiene poder y manda. Y ya lo está exigiendo como demuestran las espeluznantes escenas de la catedral de Palma. Todo ello en vísperas de que Iñaki Urdangarín ingrese en la cárcel. El  horizonte de la Casa Real da muestras de una procelosa e incontenible borrasca.    

Te puede interesar