Opinión

Cargos que otorgan carácter

Hay cargo y cargos, mire usted lo que le digo, y el de presidente/a del Fondo Monetario Internacional no cabe duda de que marca tendencia. Su actual titular, una antigua nadadora de sincronizada con un marcado e irresistible perfil de musa sesentera llamada Christine Lagarde, se enfrenta a día de hoy a uno de esos malditos embrollos que parecen perseguir a los directivos de elevado poder en el contexto económico internacional y estratosféricas remuneraciones que dirigen esta delicada institución que a la postre, nadie sabe muy bien para qué vale. Lagarde es a estas horas, la tercera cuenta con nombre y apellidos de un rosario que desgrana los misterios gozosos o dolorosos según se mire, porque estos de ser la cúpula del FMI da para todo. Para disfrutar al máximo del poder y la gloria, o para precipitarse en caída libre hasta los infiernos como muy bien ha demostrado su antecesor el insaciable Dominique Strauss-Khan del que los periodistas de intrigas, pasiones y desamores que se baten en las duras trincheras de la capital federal USA no pudieron por menos de escribir cuando supieron su designación conociendo como conocían la naturaleza del personaje: “¿A quien se le ha ocurrido meter a este lobo en semejante gallinero”.
El FMI se creó nada más finalizar la guerra para contribuir a la estabilidad del sistema monetario internacional, y se ubicó en Washington donde todo lo que ocurre y se mueve más allá del rasero cotidiano está febrilmente entreverado de ambición política, envidia, sexo, dinero y juego duro. Uno sospecha que presidir semejante institución constituye también la cima para un experto en finanzas internacionales y comportamientos de mercados, y que después de aquello queda poco por alcanzar. Pero la realidad se empeña en matizar severamente este primer argumento y suponer que muchos de los elegidos han sucumbido a la maldición del FMI como los arqueólogos que abrieron su tumba sucumbieron a la maldición del faraón Ramsés II. Tras Rato, que se marchó de allí con nocturnidad y alevosía, llegó el bárbaro de Strauss-Khan y ahora está la señora Lagarde. Acosada por los fantasmas de un proceloso asunto dinerario de alcance y mala factura cuando era ministra de Sarkozy ya vuela en paralelo a  esta Magdalena nuestra y de nuestros pecados. Y no se quiere ir. Hasta que la echen, claro.

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