Opinión

Nuestra Madre Roma

Si se comprueba el reciente descubrimiento de arqueólogos e historiadores de que bajo un cerro en La Muela, Guadalajara cerca de Madrid, hay una ciudad romana poco enterrada de 120.000 metros cuadrados -veinte grandes estadios de fútbol-, se producirá una revolución en la historiografía española y quizás mundial.
 En Caraca, esa ciudad habitada entre los siglos IV a.C. y II d.C. por 2.000 habitantes mayoritariamente carpetanos, tribu cercana a los celtas, se verá mejor que nunca cómo Roma enriqueció con su cultura y forma de vida cualquier lugar de la actual España, incluso sin valor estratégico aparente.
 Roma es parte fundamental de lo que somos hoy, junto con nuestra herencia judeocristiana –Jesús era un judío al que, dice el evangelista Juan, le llamaban rabino-, y todo ello añadiendo las raíces greco/fenicia, y la germánica de suevos y visigodos.
 Mucho menos importante es la herencia árabe, cuyo valor fue adoptar los conocimientos de los pueblos conquistados, desde Hispania hasta el número cero de los indios.
 Así mantuvieron los vergeles romanos, con sus sistemas de cultivo, riego, higiene y bienestar, desde los acueductos para el agua corriente a cocinas, baños y estanques rodeados de jardines. Granada es Roma arabizada.
 Uno de los aspectos más sorprendentes para los extranjeros interesados en la historia española es ese olvido de Roma para atribuirle a los árabes lo creado siglos antes.
 Incluso la mezquita de Córdoba fue construida sobre la basílica visigótica de San Vicente con sus mismos materiales, y no por arquitectos árabes, sino por cristianos bizantinos traídos por Abderramán I.  
 Caraca, de ser como dicen los expertos, y de restaurarse como Pompeya sin los daños del Vesubio, deberá recalcar ese gran legado que germinó Hispania, también la fenicia, y a los españoles actuales.

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