Opinión

Niñas en jaurías

Las ha visto usted esta última semana en los informativos de televisión porque ellas mismas pusieron las imágenes en las redes sociales: dos adolescentes eran víctimas de otras tantas jaurías, una de cuatro y otra de doce chicas que las golpeaban más como torturadoras que como acosadoras escolares.
Los hechos ocurrían, uno en Colmenar Viejo y otro en San Fernando de Henares, localidades a 44 kilómetros entre ellas, teniendo en medio Madrid.
Capital de la Comunidad Autónoma para la que, atentos, la expresidenta Esperanza Aguirre pedía este sábado en ABC su desaparición con las demás CC.AA., con excepción de las de Cataluña, Galicia y País Vasco.
Si alguien recuerda la novela de 1962 “La naranja mecánica” de Anthony Burgess, y la película clásica de 1971 de Stanley Kubrick basada en ella, habrá visto repetidas las imágenes de bandas de adolescentes, pero con chicas.
Y se habrá sorprendido viendo, oyendo y leyendo que se denunciaba la violencia de “los” adolescentes, pronombre en tercera persona del plural usado para culpar en su acepción masculina a chicos, no a chicas.
“Los jóvenes”; “Los adolescentes”; “Los agresores”, las imágenes eran de chicas, pero se atribuían al otro sexo, mientras se oía como ellas llamaban a sus víctimas “putas”, “guarras” y similares epítetos; lo chicos sólo grababan las imágenes.
Estamos tan hechos a la violencia de los hombres que ya le atribuimos gramaticalmente a ellos la de las mujeres.
 Hay algo que se olvida: en un estudio entre 70 estudiantes universitarios varones gays y lesbianas estadounidenses resultó que el 18% de los hombres homosexuales y el 40% de las lesbianas fueron víctimas de la violencia de sus parejas: ellas maltrataban más del doble.
 Cuando las niñas de estas jaurías tengan pareja, ¿serán verdugos-“verdugas”, o se volverán víctimas?

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