Opinión

Flatulentas vaquitas

Os llamo flatulentas, queridas vaquitas, y no pedorras, que ese epíteto se lo dedico a otro tipo de seres que expelen ventosidades simplemente por guarrería, o bien por sus acreditados escatológicos hechos.
Sois pacíficas y bondadosas con nosotros los hombres, pues no utilizáis vuestra cornamenta para embestir, aunque os sobren razones, como que os soben impúdicamente las ubres, mientras os privan del sexo, sometiéndoos de modo infame a la inseminación artificial. 
Al contrario, nos alimentáis con la no despreciable cantidad de 4.000 litros de leche al año, suficientes para criar a varias familias con sus correspondientes criaturas y nos ofrecéis en holocausto vuestros terneros, incluso vuestro estiércol se utiliza como fertilizante o combustible; y cuando morís vuestra piel se utiliza en marroquinería; por ello me exaspera que se meten con vosotras, culpándoos del efecto invernadero y por ende del cambio climático. ¡Ya el hombre ha hallado un culpable al que responsabilizar y poder tranquilizar su conciencia! Sin embargo parece que la ciencia ha encontrado un compuesto (el “3-nitrooxipropanol”, para los entendidos) que reduce el metano que generáis. Así que el hombre malo tendrá que buscar otro pretexto para vilipendiaros.
Cómo prescindir de vuestra bella estampa en el campo, con diversidad de colores y tonos, vuestro andar pausado, vuestra mirada dulce y ese gracioso flequillo que os cae sobre la frente. Sois tan dóciles que os habéis hecho vegetarianas, incapaces de matar para comer.
Vuestra sensibilidad os lleva al estrés cuando oís ciertos ruidos agudos o poco habituales debido a vuestra  fina percepción auditiva, y vuestro desarrollado olfato os advierte de las emociones de vuestros queridos congéneres con los que vivís en cordial espíritu gregario, y hasta lloráis cuando os separan de vuestras crías para seguir siendo explotadas por vuestra leche.
Y sin embargo, fuera de esa canción de “Tengo una vaca lechera…” que sé que os irrita, no conozco ningún insigne poeta que os haya dedicado unos sentidos ripios. Sí se los han dedicado a los burros (Platero y yo). Sin embargo, salvo Gloria Fuertes nadie parece haber visto en vosotras todas esas cualidades que mueven el espíritu a la sublime inspiración.
Os exhiben en ferias y mercados, pero el premio es para el cuidador y aceptáis con humildad el trato que os dan, encerradas en insolubles establos, en vez de reclamar vuestro centro de “miss bovina” con los galardones consiguientes.
Os culpan del bajo precio de la leche y pagáis las consecuencias de la frustración de vuestro amo, incluso del abandono por falta de rentabilidad, impuesta por la madrastra Europa. Sufrís los ataques de los lobos, y solo el célebre Lumbreras os defiende con la justicia que os merecéis.
A punto estuvo el hombre malo de proceder a vuestra exterminación, cuando debido a la alimentación suministrada contaminada con agentes patógenos contrajisteis la enfermedad de “encefalopatía espongiforme”, que infectó a una pequeña parte de los seres humanos. O sea, no os consideraban víctimas sino victimarias.
Y, sin embargo, entre otros beneficios vuestro pasto en la montaña ayuda a limitar la posibilidad de producirse aludes y en el campo reduce el riesgo de incendio al consumir las gramíneas en las cuales puede desarrollarse el fuego.
Hoy, debido al problema de los cupos y a la picaresca de algunos empresarios, ante el bajo precio de la leche, en unos pocos años más del 50% de estas explotaciones ganaderas cerrarán.
Por ello, dilecta leyente: ¡Apadrine una vaca española!
 

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