Opinión

El desfile prodigioso

Republicanos impacientes, comunistas de viejo cuño, cortesanos de vocación, jóvenes revolucionarios, sindicalistas veteranos, ignorantes con causa, demagogos sobradamente preparados y lisonjeros entusiastas, han protagonizado un desfile suntuoso por la pasarela de eso que llamamos "los medios". 

Republicanos impacientes, comunistas de viejo cuño, cortesanos de vocación, jóvenes revolucionarios, sindicalistas veteranos, ignorantes con causa, demagogos sobradamente preparados y lisonjeros entusiastas, han protagonizado un desfile suntuoso por la pasarela de eso que llamamos "los medios". Desde el que cree que la abdicación del Pisuerga pasa cerca de un Valladolid republicano, hasta el que parece pedir plaza de adulador oficial en la nueva Casa Real, hemos asistido a un desfile prodigioso, que todavía no ha terminado, donde las buenas gentes se mezclan con las malas, y todas hablan de monarquía. 


Dejando aparte la cofradía de los republicanos sin malicia, en el campo de los defensores innecesarios se ha venido afirmando lo uno y lo contrario. Por un lado, los tribunos que nos recuerdan que en las monarquías constitucionales los reyes reinan, pero no gobiernan, y, por tanto, discutir sobre un titular resulta tan inútil como ocioso, y, por otro, los fogosos que hablan del protagonismo del rey como motor de cambios, adaptaciones y rumbos. ¿En qué quedamos? 


Puede que la razón se reparta entre los dos bandos contradictorios, porque sea quien sea el rey no va a influir en el resultado de las próximas elecciones generales, pero también es verdad que puede haber momentos delicados y difíciles donde se requerirá que el Jefe del Estado esté a la altura de las complicadas circunstancias, tanto con un gobierno conservador como con un gobierno socialdemócrata. Y no hablo de algaradas de reglamento o de desastres naturales que ojalá no ocurran, sino de esas encrucijadas en las que un presidente del gobierno necesita el respaldo del Jefe del Estado, pongamos que hablo de una invasión por Ceuta y Melilla, la declaración de Estado de Excepción o la deposición de una autoridad autonómica por incumplimiento de las leyes vigentes. 


El rey reina, pero no gobierna, por supuesto, pero en la Carta Magna se especifica de manera clara que es el Jefe supremo del Ejército, un detalle que no figura en las demás monarquías europeas, pero que así se redactó. Y esa es una condición insoslayable, a no ser que se inicie una reforma constitucional, y que es ajena al prodigioso desfile de nostálgicos de lo que nunca vivieron, aprendices de profeta y pragmáticos interesados.

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