Opinión

Sueños de venganza...

É l encendió un cigarrillo y dijo: “Conozco un tipo que por verte desnuda pagaría cien mil dólares”. Ella se reviró con un escorzo zalamero de fulana “¡Tú estás loco!”, sondeó; en las comisuras de sus carnosos labios todavía blanqueaban las boceras del placer. “¿No estarás hablando en serio?, ¿solo por verme desnuda?, ¿solo eso?” “Sí, sí, solo eso”, asintió él, envolviendo con volutas de ‘maría’ un jactancioso cabeceo de bucéfalo. “¡Santísima Trinidad del Cobre!”, dijo ella...
Dijo mal. La del cobre es solo una Virgen, tal que la de Covadonga, o la de Loreto. La Trinidad -en general la Divinidad- es de machos, como la  mafia, la mina, la mar, la guitarra, o los fogones. Pero ahora él no estaba allá muy católico para elucidar equívocos. Inmerso en aquel celaje de sopor, sabor y ‘yerbabuena’, le pareció escuchar desde muy lejos: “¡Tanta plata por nada, estos ‘yumas’ están mal de la cabeza!”
Los ‘yumas’, en Cuba, eran lo que en España los guiris. Pero a él le habían llamado cosas peores en la vida. Sobre todo sus ‘ex’. En cuanto a los cien mil dólares, tampoco era para tanto: Si entre la verdad y la mentira está lo cierto, él estaba en el genuino medio y medio: cualquier ciego con pasta, cualquiera de los directivos de la ONCE por ejemplo, incluso vestida, pagaría por ‘verla’ cien mil pavos. “Te lo juro –insistió-, sé de muchos que pagarían encantados”. Y lento, lento, lento y resacoso, como el primer albor tras la noche de San Juan, fue guiando de nuevo el humedal de sus placeres, hacia ese ensamble divino, hacia ese limbo inefable en el que, aunque nos esté vedado ver a Dios, sí se puede columbrar el paraíso. 
Se acordó de cuando estudiaba en el seminario. Y de sus traducciones de latín: ‘Homine sine pecunia est imago mortis’ (el hombre sin dinero es la imagen de la muerte). Y se acordó también de sus divorcios. Cerró los ojos. Ella, insaciable, volvía de nuevo a trastear por allá abajo. “Solo con imaginar la pasta, la mujer es la viva imagen de la depravación”, se dijo…   
Cuando me lo contó traté de parecer intrascendente, pero por dentro me descojonaba de la risa. Me lo imaginé en la habitación del hotel, tratando de silenciar a manotazo limpio el jodido despertador, para después levantarse a poco dormir, ducharse a medio soñar, salir a todo correr y llegar a mucho tardar al briefing de salida. “¡Hay que ver lo que son los sueños!”, se excusó.
Ese día despegamos con retraso. Él era el comandante, el principal     ‘irresponsable’ en este caso. Aunque lo cierto es que jamás había sido un mal profesional: jamás había fumado un porro; jamás había traficado con el sexo; jamás había ido con mujeres de prepago, y, lo más desolador: jamás había podido trajinarse a ninguna fémina a base medias mentiras, como a la mulata de su sueño. Él era un marido cabal. Llevaba en cinco años tres divorcios. Era un Quijote cumplidor. En pensiones a sus dulcineas se le iba prácticamente todo el sueldo. Siempre había tratado con señoras de alta gama. Nunca con maritornes de tarifa plana. Nunca había sido manirroto, ni drogata, ni venéreo; nunca… “¡Hay que ver lo que son los sueños!”, suspiró interrumpiendo mis cábalas. Volábamos ya establecidos a nivel de crucero. Y de cordura. “¡Tus sueños son sueños de venganza –le espeté- pórtate mal de una puta vez, así al menos podrás disfrutar algo!”…

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