Opinión

Yo soy el que no soy

Siempre he anhelado ser un truhán a lo Julio Iglesias, tener al tacto lo que han tenido los dedos de George Clooney, a mi disposición la pasta de Amancio Ortega, en la cabeza el serrín de Stephen Hawking y la espalda rematada a lo Brad Pitt. Pero eso sí, sin renunciar en ningún caso a ser ese imbécil que escribe estas paridas, ese necio que piensa para afuera, ese idiota que llora para adentro, ese tonto que siente por sí mismo. O sea yo. Con mis vicios ocultos, sí, porque a nadie le hieden sus pedos ni le asquean sus eructos. 
 Mi mismidad es irrenunciable. Si fuese otro se jodería el invento y sería Frankestein, por mucho que tuviera la lozanía de un efebo, o el despilfarro de carne fuera de la nevera que tiene Nacho Vidal. ‘Nada hay repartido de modo más equitativo que la razón –decía Descartes-, todo el mundo está convencido de tener la suficiente’. Y con la esencia de cada quien sucede algo parecido: Yo soy el que soy, pero me siento como dios pese al ‘et in pulverem reverteris’ que a todos nos incumbe.
 Ocurre que, insensata en su inteligencia, la raza humana anda tratando de modificarse a sí misma: hasta ahora con el tuning de la cirugía plástica; pero en adelante con la nano ciencia, la nano neurología, la nano cibernética y la nano polla. A la moralidad que le den por culo; es más, la moralidad se adaptará al nuevo orden global, como adaptaba Groucho Marx sus principios al albur de las circunstancias (estoy seguro que de saber que el mundo avanza hacia la aniquilación del ‘yo’, no le hubiese gustado ser admitido como socio en este club). 
 A este paso la humanidad pronto hará gala de un yo transgénico, con las proporciones en lo físico de un David de Miguel Ángel, y la alteridad de la oveja Dolly en lo mental. Clones post-humanos multicopiados en impresoras 5D, esclavos felices de un mundo virtual, borregos en serie que no discreparán ni siquiera para sus adentros. No me digáis que esto tiene algún sentido. La vejez puede que sea una aberración cromosomática, pero tiene el encanto innegable de la sabiduría (como la juventud el de la estulticia) y nos prepara para la transición al otro barrio. Llamar a la medicina geriátrica, medicina ‘antiaging’ me suena a aloe vera y no deja de ser un eufemismo. La muerte no se cura. 
 Y, sí, una ayudita azul -o del color que sea la pirula- siempre viene bien para diferenciar el ‘miedo’ (la primera vez que uno no puede echar el segundo) ‘del pánico’ (la segunda vez que uno no puede echar el primero); pero aquí, entre nosotros, no me neguéis que ser humano no es divino.

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