Opinión

Jesuitas

H ace unos mil años o más comencé a estudiar la difunta EGB en el colegio Apóstol Santiago, como todo Vigo llamaba a los Jesuitas. Era un colegio enorme, y no sólo visto con ojos de niño, sino en la realidad objetiva. Si el centro actual ya resulta espectacular, el que conocí lo era mucho más. Contaba incluso con un campo de hockey y una piscina, que desaparecieron cuando los curas decidieron vender los terrenos para construir viviendas en Sanjurjo Badía y sacar un buen dinero. 
El colegio tenía auténticos lujos. Dos sobre todo: un estanque con patos y cisnes –que también ha desaparecido- y el llamado “bosque”, que era –y lo es todavía- una alameda de densa arboleda vetada para los alumnos, y por lo tanto, con un cierto aura de misterio derivado de la prohibición. ¿Qué habría allí para que no se pudiera pasar? No había nada más que caminos y árboles, pero los jesuitas lo querían para sí, como un pequeño paraíso en la tierra.
El Apóstol Santiago que conocí durante 11 años era en su estructura similar al actual, pero muy distinto en todo lo de más. Para empezar, era sólo de chicos aunque sin uniforme, que había sido suprimido y años más tarde fue recuperado. El batallón femenino tardaría tiempo en llegar y lo cierto es que fue prontamente asimilado tras la novedad que supuso su irrupción en un ámbito tan “hombrista” como aquel. Pero sobre todo, era un colegio religioso. Muy religioso. No había dudas. Incluso militante, propio de la Compañía de Jesús de San Ignacio de Loyola, a cuyo frente colocó un general porque quería que fuera como un ejército. La religión lo impregnaba todo, desde las clases impartidas en buena parte por sacerdotes, hasta las oraciones en los pasillos, el mes de la Virgen o incluso las confirmaciones en masa. Un día avisaron que había llegado el obispo, bajaron a todos los alumnos a la iglesia –enorme, como todo allí- y en un momento alcanzamos un sacramento sin previo aviso. Así funcionaban las cosas. Hoy,  los profesores son seglares y una mujer pasó al mando del centro.
Los Jesuitas también hacían una labor en el barrio, y tras la supresión del colegio “B”, que todo el mundo llamaba “los Jesuitas de afuera”, los chicos de Teis sin recursos fueron integrados con el resto del alumnado. Cientos de ellos en todas las clases, donde no era nada raro que hubiera hasta 40 alumnos. 
En esas aulas, nos enteramos siendo niños de que había  muerto Franco y como adolescentes del golpe de Estado de Tejero. Una vida se quedó allí para siempre.
 

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