Opinión

No es país para viejos

Aunque el guion de la película de los hermanos Cohen sumado al Oscar de Javier Bardem nada tuvo que ver con el título de la película, si tiene que ver con la vida cotidiana de todos las personas de la tercera edad que deben luchar por sobrevivir en esta segunda década del siglo XXI. No me refiero al estado de salud. ¡No! Me refiero a la modernidad general que poco a poco está dejando marginado a millones de seres humanos que ya han perdido facultades no solo físicas pero mentales sin ser considerados como verdaderos geriátricos. Hombres y mujeres que, pasado a la jubilación en perfecto estado de salud están amenazados por los avances de la tecnología y peor aún por la intolerancia de las nuevas generaciones. Empecemos por el tema de los ‘viejos’ al volante. 
Tengo entendido que hay uno o varios movimientos con miles de firmas para que las autoridades revisen minuciosamente la salud de cada conductor al renovar el carnet de conducir. Es más, hasta los hay que creen que pasados los 65 años deberían estar prohibidos totalmente de conducir. Pero cambiemos de tema. La modernidad nos ha obligado a usar el Internet para casi todo. Se puede hacer la compra del supermercado, trabajar con nuestras cuentas bancarias ‘on line’, la declaración de la renta, pedir una cita médica, reservar en un hotel, o comprar un billete de avión sin olvidarnos de las administraciones públicas como nuestro ayuntamiento que tiene en su página web todo lo necesario para no coger el autobús y subir al palacio de su majestad. 
Pero aún falta la segunda parte. ¿Qué me dicen de los aparatos que permiten todo este teje y maneje de gestiones? Antes era el ordenador fijo, un armatoste que costaba un huevo pero fue superado por el portátil. Luego llego la ‘tablet’ y finalmente el todo poderoso iPhone. Originalmente nos arreglábamos con el simple móvil, que por cierto ya cumple más de 30 años, luego fue mejorando poco a poco hasta convertirse en el dueño de nuestras vidas que no solo hace de todo sino que nos domina de tal manera que no podemos disponer de él para nada. Hasta no hace falta la tarjeta de crédito, que por cierto los cheques bancarios pasaron al museo. Basta con entrar en un supermercado adecuado, o una tienda y pagar la compra de una prenda con el dichoso aparato endemoniado. 
Pero volvamos a los mayores de 65. Muchos han podido adaptarse a la modernidad cuando comenzó este tsunami tecnológico. El teléfono móvil era el más simple. Luego lo del ordenador. Con tal de contar con un hijo/a o quizás un nieto/a amable y hábil el anciano/a llegaba a adaptarse. Pero llegaron las rebajas y los sabios técnicos del I+D+i comenzaron a bombardear al mundo con los artilugios súper modernos. Ya no es una cuestión de que podamos usarlos, ‘ellos’ nos usan a nosotros. ¿Y todo esto adonde nos lleva? Que poco a poco la población de la tercera edad se verá más y más aislada del mundo por no poder dominar no solo la tecnología pero la falta de sensibilidad de las autoridades en darse cuenta de que tienen un problema grave. Les quitan el carnet de conducir, les obligan a buscar ayuda a terceros para poder coger la pensión y es más, tendrán que luchar contra algunos políticos que acaban de sugerir que solo deberían votar los menores de 45 años. ¡Vaya lo que les espera al cumplir la edad de oro, estén o no relativamente sanos y tengan con que vivir!

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