Opinión

Ante la campaña electoral

Hace cuarente años, J.T.Klapper, en un clásico estudio sobre el particular, nos enseñó que las campañas de propaganda electoral sirven únicamente como factor de refuerzo para los que están más o menos decantados hacia una opción concreta y que, por lo tanto, la propaganda actúa, en este sentido, más como elemento de confirmación que como desencadenante de opiniones nuevas. Y, lo que es evidente, no pocas veces, deciden precisamente los indecisos. 
En el tiempo transcurrido, y aunque la conclusión de esta investigación se sitúa en la sociedad norteamericana, se han realizado cientos de estudios sobre el comportamiento electoral en las sociedades democráticas asentadas y se han publicado docenas de libros sin que nadie haya sido capaz de desmentir la conclusión aquí citada.
¿Por qué entonces el marketing electoral persevera en el mismo ritual cada nueva convocatoria y se repiten los mecanismos de lo que algunos llaman, de manera bastante cursi, por cierto, "la gran fiesta de la democracia?"? Pues, sencillamente, porque es preciso preparar el ambiente y crear una catarsis progresiva que estimule la participación electoral y, después, permita el contraste de los programas e incluso la confrontación de los candidatos en la prensa y en la televisión, que es lo que realmente importa.
Los aparatos logísticos de los partidos elaboran todo un arsenal de recursos electorales. Además de los programas (que, como confesaba el profesor Tierno Galván, no siempre se redactan para ser cumplidos, sino para ser "vendidos"), el panel de los equipos de apoyo a los candidatos se dota de manuales, libros del agente electoral, prontuarios y fichas precocinadas para afrontar el ceremonial de la contienda.
Tuve en mis manos, al inicio de la democracia, el prontuario que redactara el mismísimo Alfonso Guerra, y lo más curioso es que gran parte de su artillería no se dirigía contra el centro y la derecha, sino contra el Partido Comunista, ya que se entendía que era el enemigo a batir en cuanto a que podía restar votos al PSOE.
Los discursos de los mitines, que tan espontáneamente parecen dirigirnos los candidatos, han sido escritos semanas atrás (generalmente por especialistas en publicidad electoral), a partir de un esquema de ideas básicas que aporta el partido y que los redactores enriquecen y desarrollan con anécdotas, chascarrillos y recursos de efecto que habrán de provocar la esperada y calculada reacción del público. Cabe recordar que, con frecuencia, el esquema del discurso se repite, adaptándolo al marco donde ha de ser vendido. 
La aportación del candidato varía. La improvisación, mínima, salvo las necesidades que dicte la actualidad. Si acaso, se municiona con media docena de ideas guía que constituyen el "leit motiv" de sus discursos. Y esto no es buena ni malo. Es así. Recordamos en ese sentido que, en la anterior campaña electoral, Pedro Sánchez se inventó una chica, cuyo nombre cambiaba sobre la marcha, y en cada ciudad repetía su historia, aludiendo que se la contara su madre y versaba sobre la fragilidad del empleo temporal. Es muy divertido ver en las videotecas el montaje de esta ocurrencia, donde el candidato del PSOE repite la misma historia cambiando el nombre del personaje y el lugar donde se lo contaron.
En suma, el mitin electoral sigue aparentando ser una llamada a nuevos votantes en lugar de lo que realmente es, tanto aquí, como en los Estados Unidos: una gran reunión de convencidos. Pero los americanos, en este sentido, son más sinceros. Sus mítines son grandes fiestas con globos de colores y majorettes a las que acuden los ciudadanos que, de antemano, apoyan a este o aquel partido. ¿Acaso aquí diferente? ¿Acaso los votantes de Sánchez acuden a escuchar a Casado o los de Iglesias a Rivera?
Somos animales de costumbres hasta para esto. Los cambios de criterio de los electores (y parece lo razonable que sea así) no se producen como consecuencia de repentinas conversiones o milagrosos efectos de la propaganda electoral. Responden a análisis y decisiones más profundas, gestadas durante más largos periodos de tiempo. La propaganda electoral, en todo caso refuerza, pero no convence a quienes no lo están.

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