Opinión

La quimera catalana

Todo proceso histórico es una ilusión reversible, manipulable, adaptable y, además, nace, crece, se desarrolla y muere como cualquier elemento vivo. El independentismo catalán, al que según los momentos históricos se le ha dado un calificativo adecuado a las circunstancias, es una quimera mitológica fruto de un espejismo inventado. Es, como todos los nacionalismos españoles, amamantados por cierta burguesía conservadora con la ayuda de la Iglesia católica, un suceso decimonónico, un anacronismo que goza de buena salud gracias a la impericia de los nacionalismos centralistas y los radicalismos oportunistas del nacionalismo catalán.
Al punto de no retorno al que ha llegado esta quimera, calificada en su día como “el problema catalán”, “el caso de Cataluña” o “el proceso catalán”, es un fenómeno con cabeza de león y cola de dragón que vomita llamas aparentemente ideológicas, sustentadas sobre cuestiones diferenciales y difusas razones económicas. Idioma, cultura y territorio son las garras y las piedras angulares de una nacionalidad que se mira al ombligo y busca razones en el pasado pero es incapaz de ofrecer otro proyecto de futuro, dentro de la modernidad y el progreso, que no sea la aparente fuerza de la identidad propia. Una ínfima quimera en un universo internacional convulso.
Lo sorprendente es haber llegado hasta la situación actual no como consecuencia de un proceso histórico planificado y lógico, sino como resultado de situaciones acomodaticias o errores de cálculo político. Semejante itinerario le resta validez histórica y credibilidad al órdago de Mas y ERC, además de dejar en ridículo el encastillamiento de Rajoy. Yo admiro y creo en la cultura catalana, apoyo el catalanismo identitario, como elemento cultural y político enriquecedor, pero no consigo ver las ventajas de encerrarlo en fronteras ficticias, porque el territorio de una cultura es su lengua, pero el territorio de la lengua no es simplemente el ámbito geográfico y político. Y la fuerza de un pueblo y su cultura reside en su capacidad para trascender más allá de la lengua o el lugar en el que nace.
La quimera catalana está, pues, ante una encrucijada vital y, contra lo que muchos piensan y temen, ante el abismo de desnudar sus mentiras y fantasías, que históricamente nos han traído hasta este punto, y salir a lucir el mítico traje del Emperador con el que la vistieron al nacer. Tanto si se produce la ruptura con el resto del Estado español, como si bajan la guardia y dan reposo al monstruo con cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón, para llegar a acuerdos coyunturales, el espejismo de la Cataluña una, grande y libre, ha llegado a la meta para acabar como el espejo de la madrastra de Blancanieves, hecho añicos para siempre.

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