Opinión

El relato escandinavo

La novela negra escandinava está triunfando en el mundo y no seré yo –veterano lector del género- el que les niegue el saludo a estos autores que vienen del norte y que han comenzado a cursar propuestas altamente renovadoras muy lejanas a los veteranos métodos de Agatha Christie que consistían en meter a diez personajes en un local cerrado de los que uno era el asesino. Los autores de relatos policiales que proliferan en estas blancas latitudes han puesto en circulación una forma de entender la novela negra muy acomodada a la propia situación geográfica donde se desarrolla la acción y muy especialmente al gélido carácter de sus habitantes, Por tanto nos sorprenden con una prosa seca, directa,  simple y desapasionada en cuyo fondo subyace un inquietante subsuelo de pasiones dormidas que en general pone los pelos de punta. Hay mucho mal reptando por sus páginas, poco corazón, mucho frío y pocas sonrisas. Los argumentos circulan entre situaciones extremadamente crueles y de una lógica criminal apabullante y todos los personajes parecen tener los ojos del mismo color que las aguas costeñas del Polo Norte. Los crímenes –a menudo espeluznantes- nunca se producen como consecuencia de un arrebato emocional. Todo está calculado mediante un silogismo  escalofriante.
El problema de una posible y consecuente distancia entre el lector meridional que somos nosotros y un escritor finlandés como el que vengo leyendo durante el viaje, no parece alcanzar caracteres dramáticos y los sureños hacemos un titánico esfuerzo por plegarnos a los escenarios hasta el punto de que somos capaces de caminar con cierta soltura por las calles de Estocolmo donde, a juzgar por las experiencias obtenidas sobre su nomenclatura, todos los barrios de la ciudad se llaman casi igual.
Quizá sea ese el momento más delicado para la lectura. Como digo, estoy tanteando las virtudes de un famoso escritor islandés y lo que peor llevo es la extrema complejidad  de los nombres de sus personajes y los dramáticos trabalenguas que significan los de las localizaciones. No es humanamente posible que sus protagonistas se llamen Sigurlina, Siguröur Óli, Sverrir, Knútur, Pórarinn o Finnur. De los apellidos naturalmente ya ni hablamos. Resultan tan difíciles de pronunciar que por mi cuenta he decidido llamar a todos Fernández para no volverme majareta en el intento. Afortunadamente los suecos, los noruegos y los daneses tienen unos apellidos más presentables.

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