MUERE FIDEL CASTRO

Aquellas nueve horas de entrevista

Fidel Castro y Alfredo Conde, durante su entrevista.
photo_camera Fidel Castro y Alfredo Conde, durante su entrevista.

Fidel negoció una vez más con carne humana y lo que Fraga consiguió fue que algunas docenas de presos fuesen liberados
 

Se está yendo un tiempo como si se nos escurriese entre las manos. En una misma semana se han ido Rita Barberá, Marcos Ana y ahora acaba de hacerlo Fidel Castro. 
Se muere Rita Barberá, alejada de los suyos, preterida y humillada, pensando acaso que con una ley de financiación de los partidos políticos debidamente acorde con los tiempos que vivimos su final hubiera permanecido algo más alejado de lo que lo hizo; quizá también con otros compañeros de viaje, ocultos durante años en sus alforjas de burro de carga con todos los pecados de los suyos… surgidos de ese tiempo que se va, por fin, sin que nos estemos dando cuenta.
Se muere Marcos Ana, el poeta que publicó en “La Rosa Blindada” unos poemas que apenas nadie tuvo en cuenta para que ahora se recuperen del foso de la Historia y la gente los recite ensimismada. Con él se va también una parte del mismo tiempo que acompañó a la alcaldesa de Valencia. El tiempo es una moneda que gira enloquecida, se cae, da la cara o da la cruz, se levanta y vuelve a girar, hasta que una parte del mundo pueda sentirse mareada y la otra feliz, según los tiempos y los aires. Unas veces gira en un sentido, lo hace en el contrario en otras.
Se muere Fidel Castro y su hermano lo despide “hasta la victoria, siempre” cuando el tiempo, esa moneda, gira ya muy lentamente y está a punto de caer, tambaleante, en espera de levantarse y girar en un sentido que muchos desearán contrario y que, al fin y a la postre, continuará siendo el mismo. El poder, según afirmaban los situacionistas de los años sesenta, siempre es de derechas, siempre tiende a mantenerse, a conservarse en el ejercicio del mando. ¡Ah, el oropel del prócer! No solo se expresa con bolsos de Vuiton o de quien sea.
Cuando estaba a punto de publicarse en soporte impreso la larga entrevista de casi nueve horas de conversación ininterrumpida que mantuvimos el hoy fallecido y quien esto les escribe delante de las cámaras de televisión, vino a Compostela  quien era la mano derecha del Doctor Millar; es decir, de la mano derecha de Fidel Castro desde los tiempos de Sierra Maestra hasta aquellos del Consejo de Estado en el que ejercía sus funciones. Llegó con la intención de que fuesen corregidos determinados extremos de la conversación mantenida.
A Pedro Tabío, mano derecha de El Chomi, es decir, del Doctor Millar, le parecía muy bien que abundase en la descripción de los Mercedes-Benz del parque automovilístico oficial;  que aclarase, incluso, que eran muchos más de los que yo había podido ver. El ourensano Luis Santa Rita, algo había tenido que ver en el asunto.
En cambio no le parecía nada bien, me dijo, que se notase que Fidel no era un intelectual europeo. En realidad lo que me quería decir era que le parecía muy mal que Fidel apareciese como un burgués que había ampliado la finca de su padre hasta extensiones en otros tiempos impensables. La finca de Virán, en Holguín, se había ido ampliando y por aquel entonces comprendía ya toda la isla.
El poder siempre tiende a manifestarse en su opulencia. Vilma Espín, esposa de su hermano, vestía y se comportaba con la elegancia formal con la que pudiera hacerlo una gran dama italiana, una Agnelli por poner un nombre. En su entorno la gente se expresaba sobre Sierra Maestra y la Revolución emprendida en ella, continuada una vez abajo y pendiente desde entonces, en los mismos términos que la familia falangista de mi madre lo hacía respecto del Cerro de los Ángeles, el Alto de los Leones, para concluir que para aquello no había ganado la Guerra Civil. Pues lo mismo.
Así se podía, todavía se puede empezar a entender cómo hicieron tan buenas migas dos personas no tan polares como se afirmaba, el hoy fallecido y quien fue el tercer presidente de los gallegos. Solo a partir de ahí se puede llegar a comprender la despedida de Manuel Fraga, antes de dar un portazo al salir de la habitación que Fidel había estado ocupando en un compostelano. Nos veremos en el infierno, comandante. Eso fue lo que Mario Vázquez Raña, presente en la ocasión, me dijo que había sentenciado Fraga; después dio el portazo y se ausentó. Espero que hoy no se hayan encontrado. Ni siquiera deseo que encuentren en él.
De entonces a hoy ¿qué ha sucedido? A Fraga lo había llevado a Cuba no sólo la emoción del reencuentro con parte de su infancia, que también, sino la intención de posibilitar una salida “a la polaca” con tal de evitar que se produjese otra “a la rumana”. Pues ni una, ni otra. Fidel negoció una vez más con carne humana y lo que Fraga consiguió fue que algunas docenas de presos fuesen liberados.
Es de suponer que ahora, una vez más, haya quedado todo atado y bien atado, de forma que una Transición se acabe imponiendo a cualquier otra salida. Incluso es posible que sea preferible a otra solución algo más violenta. Por eso, lamentando en la justa medida en que toda muerte debe de ser lamentada, lo que aflora en mi memoria es el recuerdo de aquellos que nacieron y murieron bajo el insoportable peso de la bota hubiese sido esta la que abrillantó Marcos Ana o bien aquella otra que solaron o Rita Barberá o no pocas de las gentes de su entorno.

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