La ‘revolución’ universitaria llegó a Fonseca antes que a la Sorbona, con el enfrentamiento de los jóvenes al régimen

La generación que se anticipó al ‘mayo del 68’

La revolución del 68 se inició en Galicia. Cuando los estudiantes franceses conseguían paralizar París para mostrar su indignación contra un mundo injusto, los universitarios compostelanos ya habían demostrado su capacidad para enfrentarse a un sistema dictatorial.
Por los pasillos de las facultades de Ciencias y Medicina de la Universidad de Santiago comenzaba a circular un espíritu político y reivindicativo, casi inexistente hasta entonces en la Universidad de Santiago. Es el curso 1967-68. Surgen agrupaciones estudiantiles, aparecen los primeros boletines, asoma tímidamente la intelectualidad antifranquista, el Sindicato Democrático Libre vence en las elecciones universitarias y se generalizan las acciones solidarias.

Estos cambios inquietan al decano de Ciencias, Joaquín Ocón, que comienza a obstaculizar las iniciativas de los estudiantes y a limitar las actuaciones de las juntas de facultad. A la vuelta de Navidad, comienzan las huelgas, cortes de tráfico, enfrentamientos con la policía y quemas de periódicos. El ambiente se caldea en las semanas posteriores hasta que explota la primera semana de marzo, cuando Ocón intenta impedir, con la ayuda de la policía, que se celebren asambleas en la facultad.

Era un grupo bien organizado, constituido por estudiantes que tenían las ideas claras. Vicente Álvarez Areces, actual presidente del Principado de Asturias; Fausto Dopico, Félix Sarmiento, Pancho Álvarez, Tuco Cerviño, Pedro Mariño y Lorenzo Porto lideraban un movimiento en el que también participaba el actual presidente de la Xunta, Emilio Pérez Touriño, que por aquel entonces era delegado de la Facultad de Económicas.

‘Todos eles compartían unha rebeldía antiautoritaria e unha capacidade de análise que lle permitiu levar o conflito de xeito inteligente, actuando de maneria cohesionada e sen radicalismos’, explica el investigador Ricardo Gurriarán. ‘A maioría estaban acabando a carreira e tiñan bos expedientes, o que lles daba lexitimidade ante os mestres e os seus compañeiros á hora de negociar coas autoridades académicas. Tiñan, ademais, unha formación política notable e souberon trasladarlle á cidadanía santiaguesa e á sociedade galega as súas reivindicacións e a súas inquedanzas’.

Esta capacidad de maniobra desconcertaba a los interlocutores en la negociación y consiguió desquiciar a Ocón, que se enfrentó con ellos y los denunció, motivando las primeras detenciones. Esa fue la chispa que avivó las revueltas con manifestaciones diarias hasta que, a mediados de marzo, deciden encerrarse tres días en la sede central de la Universidad.

Más que una revuelta

El conflicto, en esos momentos, ya había dejado de ser una revuelta estudiantil, para convertirse en un desafío al sistema político. ‘A cidade de Santiago estivo case tres meses paralizada, ninguén quería ser decano porque duraban no cargo menos dunha semana, a folga era secundada por case o 90% do alumnado e as mobilizacións eran cada vez máis multitudinarias’, relata Gurriarán. ‘O impacto das detencións foi brutal e os líderes estudiantis souberon adiantarse ós acontecementos. Non foi nada improvisado, estaba todo calculado e souberon aproveitar a división do claustro; foron tan hábiles e tiñan tanta forza que mesmo conseguiron forzar unha negociación en plena folga’.

Reclamaban la dimisión de Ocón, la retirada de las denuncias contra los delegados, su readmisión en la facultad y la devolución del dinero destinado a actividades universitarias que había sido requisado por el decano. Estaban, sin hacer mucho ruido, cuestionando las estructuras del franquismo y, al tercer día de encierro, la Policía Armada desaloja a los mil estudiantes concentrados, que abandonan el edificio universitario cantando el Gaudeamus igitur y el Venceremos nós, que ya se había convertido en el himno de la revolución estudiantil.

‘Santiago conseguía neses días subir o vagón antifranquista e situarse ó nivel doutras cidades españolas. Os líderes da revolta estudiantil conseguiron converter as reivindicacións académicas en demandas sociopolíticas’, explica el investigador Ricardo Gurriarán.

Finalizado el encierro, las asambleas se trasladan a la calle y los estudiantes deciden continuar con la huelga, a la que se une la Facultad de Farmacia. Se suceden las protestas, a las que la policía responde con detenciones y sanciones. El conflicto se enquista y de nada sirve la mediación del Gobernador Civil, Avendaño Porrúa, ni la visita a Santiago del director general de Universidades, Hernández Díaz, despedido a pedradas en la estación de ferrocarril.

Los enfrentamientos se radicalizan y las autoridades académicas deciden adelantar las vacaciones de Semana Santa para intentar calmar los ánimos. A la vuelta, el rector anuncia la suspensión de las sanciones y comienza un lento camino hacia una normalidad muy distinta a la que antes conocían. ‘Franco murió en la cama una década más tarde, pero el franquismo inició su agonía con las revueltas estudiantiles de Compostela’, repiten algunos universitarios de 1968.

Acabar en otra Universidad

Los líderes estudiantiles no pudieron renovar la matrícula en Santiago y tuvieron que terminar sus estudios en otra universidad, pero tenían la sensación de victoria: Ocón, el decano de Ciencias había sido desplazado: Jorge Echeverrí, el rector, fue destituido; Avendaño Porrúa, el gobernador civil, cesado; y el ministro de Educación, Lora Tamayo, sustituido.

‘Naqueles momentos tiñan a sensación de ter conseguido unha victoria parcial, pero sabían que o esforzo pagara a pena. Fixo falta que pasase algún tempo para que se lle dese a importancia que merece ó acontecido ese curso en Santiago de Compostela’, apunta Gurriarán. ‘Ese movemento conseguir que xurdise a preocupación polas preocupacións, a sociedade comeza a preguntar por qué suceden as cousas e nace una nova sensibilidade. Ninguén pode negar que conseguiron algo, hay moitos cambios que o proban’.


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