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Un triunfo para los negacionistas

Sergio, en el suelo tras encajar el primer y único gol en el choque del mediodía de ayer en Vallecas.
photo_camera Sergio, en el suelo tras encajar el primer y único gol en el choque del mediodía de ayer en Vallecas.

Se enfrentaban dos equipos valientes, que viven de la posesión y de la circulación. Pero también de la presión, que fue en lo que más sobresalieron ayer Celta y Rayo. 

Y acabó ganando el que acertó en una de las ocasiones, en este caso el local Alberto Bueno. Una victoria para los reduccionistas, para los que dicen que el fútbol, básicamente, es gol y poco más. Un triunfo para los negacionistas, para los que rechazan que el juego deba evolucionar desde la posesión. Un gol y bastó. Pues Bueno.

La presión
Todo disfrute, o casi todo, conlleva un trabajo previo. El Celta y el Rayo deben demostrar, más que en ningún otro aspecto del juego, su gusto por tener el balón en el ansia que ponen en recuperarlo. La presión es el camino. Y durante muchos minutos del partido de ayer, la buena realización de esta idea previa complicó horrores el disfrute del discurso posterior con balón. Bien es cierto que al equipo vigués le importó menos saltarse líneas con balones largos desde la portería con Larrivey como destino, pero el buen funcionamiento de los sistemas de destrucción superó a los de construcción.

Lo práctico
Vallecas haría las delicias de Cholo Simeone. Un campo en el que cualquier falta a partir del centro del campo es una falta lateral se convierte en terreno abonado para la estrategia. Y aunque ni Celta ni Rayo tienen como pilar fundamental de su apuesta el balón parado, renunciar a éste sería un enorme pecado. El tanto rayista no fue a pelota parada, como dirían los argentinos, pero sí bebió de la simpleza del centro del área –muy bueno, de Kakuta– y el cabezazo acertado –de Bueno, enorme en la sorpresa desde atrás–. Y dos de los remates con más peligro de los célticos acabaron siendo sendos cabezazos de Larrivey y Cabral. Las filosofías también tienen sus arrugas prácticas.

Los chilenos
Los compromisos internacionales de la pasada semana dejaron su huella en el once celeste. Porque Eduardo Berizzo decidió dar descanso de inicio a los chilenos Orellana y Tucu Hernández, que llegaron el jueves tras viajar a su país. Mientras no estuvieron, se echó más de menos al primero en la banda derecha por su capacidad de desborde, entre otras razones porque a Augusto le falta un punto de forma. Los dos acabaron por entrar en la segunda mitad como recursos del técnico para variar el resultado. Orellana se dejó ver, creándole problemas a Nacho y Quini en el lateral izquierdo rayista. El Tucu, que el otro día dijo que no era Ronaldo ni Messi, tampoco fue ayer Pablo Hernández. Quizo hacer mucho más de lo que logró y no colaboró como de él se esperaba en la reacción.
La apuesta definitiva
A Berizzo no le gusta adelantar las decisiones. Volvió a hacer lo cambios después del rival y el último de ellos, la salida de Charles para situar dos referencias en el área, no llegó hasta los diez últimos minutos de partido. Fue la apuesta definitiva para ir por el partido de forma más directa, quizás demasiado tarde visto lo visto. Esta vez no hubo gol en los últimos minutos. La derrota fue inamovible.
Nada cambia, pero...
Un mayor acierto en las ocasiones creadas habría permitido al Celta mantener su nivel de resultados fuera de casa con un empate que en absoluto habría sido injusto por el juego realizado por los dos equipos. Por eso y por el colchón del que se disfruta, la derrota no es grave. Falta por ver cómo afecta a un grupo poco acostumbrado a perder. El Eibar lo comprobará, antes de visitar el Bernabéu.n

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