20 años de la final del calderón

Los penaltis y la historia, que habría sido otra

Los jugadores célticos –Gil en primer plano– aplauden a la afición.
photo_camera Los jugadores célticos –Gil en primer plano– aplauden a la afición.

La mayor movilización del celtismo fuera de Vigo: del éxtasis al infierno en segundos

Fue la mayor movilización del celtismo. 20.000 personas de todos los puntos de Galicia se dieron -nos dimos- cita en el Vicente Calderón, donde el destino o un error del entrenador  -Chechu Rojo- deparó pasar del éxtasis de tocar la victoria al infierno de perder todo en segundos. El Celta era inferior al Zaragoza y ganar la Copa sería una sorpresa relativa. A Madrid llegó aquel Celta que visto con el tamiz de los años no era en absoluto un mal equipo. Estaban Engonga, un medio centro contundente, y Otero, un lateral derecho con oficio, que emigrarían al Valencia para hacer fortuna y carrera. Vicente en su  mejor momento, un finísimo conductor que llegó a sonar como fichaje del Real Madrid. Acababa de llegar Andrijasevic, un pelotero de primera categoría. Berges, siempre lesionado, cubría el lateral izquierdo; pero no ese día, turno para Dadíe, que apenas había contado. El mejor era Ratkovic, que había ganado la Intercontinental con el gran Estrella Roja. En la punta, Gudelj, futbolista tosco pero delantero rocoso de quien siempre se podía esperar cualquier cosa. Y en la portería... Cañizares. Aquel año se había convertido en el mejor guardameta de España, internacional absoluto, héroe de la selección y el yerno favorito de todas las madres. 
Había llegado casi del anonimato para cubrir una portería donde su titular, Villanueva, no ofrecía garantías. Cañizares triunfó a lo grande, y el Madrid le echó el lazo, lo que provocó el divorcio con la afición. Pero aquel 20 de abril, el de Celtas Cortos, era nuestro héroe. El elegido para levantar el trofeo que nuestros padres y abuelos no habían podido ganar frente al Sevilla y los bisabuelos habían perdido cuando el Celta era un embrión. 
Chechu Rojo estaba convencido de que si había penaltis, el trofeo era nuestro. El Zaragoza se quedó con 10 cuando el partido agonizaba y había 30 minutos de prórroga; la grada sufría y apretaba pero ni por esas cambió Chechu su discurso: a defender el resultado. Estaba Cañete.... 
No paró ninguno. Alejo falló -como hacen los centrales, que ven tan lejos la portería rival durante los partidos- y el resto es historia, que para el Zaragoza acabó un año después con el estratosférico gol de Nayim. Allí tenía que haber estado el Celta y la historia quizá habría sido otra...n

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