Vivir en la Panificadora de Vigo: "No hay luz ni agua pero tenemos un techo"

Una pareja, ella rusa y él de Sierra Leona, ambos sin hogar, ha hecho de los antiguos bajos comerciales su residencia

Interior de unos de los locales que lleva cuatro años ocupado por personas sin hogar.
Interior de unos de los locales que lleva cuatro años ocupado por personas sin hogar.

Con 19 años y enferma por su adicción a la heroína, decidió marcharse de su casa en Rusia y viajar a España. Acabó en Vigo, donde asegura haber hecho “de todo, desde limpiar suelos a trabajar en un bingo”. Ahora, con 45 y fuera del que fue su hogar durante más de una década tras romper la relación con su compañero, al que denunció por maltrato psicológico, trata de sobrevivir como puede. Hasta hace solo unas semanas vivía como okupa en uno de los antiguos bajos comerciales del entorno de la Panificadora, en la calle Falperra, junto a otra pareja, un ciudadano de Sierra Leona, de 56 años, que llegó a este inmueble vacío y en ruinas tras la pandemia.

A pesar de no residir ya allí, esta mujer acude con frecuencia para ayudar a su ex. “Soy una persona que no soporta el desorden, así que vengo y limpio”, aseguraba ayer mientras recogía y retiraba la suciedad del suelo, sacudía las viejas alfombras y sofás con los que han transformado un espacio sórdido en un espejismo de casa porque “no hay agua, ni luz, pero al menos es un techo”. Para asearse, “utilizamos cubos de agua” y para la noche “tenemos velas”. Durante los seis meses que pasó en este lugar, “nunca tuve miedo”, pese a la situación en la que se encuentra el edificio. Ninguno de los dos ha tenido suerte en la vida.

Él relataba que no tiene trabajo porque le faltan los papeles. No ha conseguido regularizar su situación en 27 años, “tuve problemas y estuve en prisión”. Ella no cobra ningún tipo de ayuda así que para salir adelante “tengo que prostituirme, en la calle, pero yo sola, no quiero depender de nadie”. Su hasta ahora pareja y el ‘inquilino’ de este bajo se busca la vida como ‘gorrilla’.

Ninguno quiere oír hablar del albergue. “Allí sí que no estás seguro y es como una cárcel. Aquí hemos llegado a dormir con la ventana abierta y no nos ha pasado nada”, coinciden.

Hace solo unas semanas, otra persona sin hogar ocupó el local anexo. “Vino hace poquito, tiene ropa tendida", decía la mujer quien reconocía que “antes venía mucha gente por aquí y se montaban jaleos, pero yo los eché a todos”.

A media mañana, una pareja de agentes de la Policía Nacional se presentó en el inmueble. “Estuvieron hablando conmigo porque pedía una orden de alejamiento, me preguntaron si estaba mejor aquí que donde residía hace años y les dije que sí, porque aquello era una jaula de oro. Tenía una casa, pero el entonces compañero me tenía totalmente controlada y me maltrataba psicológicamente, ahora por lo menos puedo vivir en paz, aunque sea en esta situación”, decía la mujer. Recientemente y gracias a las monjas, encontró otro lugar donde vivir. Admite que todavía coquetea con las drogas, pero nada que ver con la situación de cuando llegó a España, “nunca más”. Desde entonces, no volvió a su país, “lo intenté pero primero llegó la pandemia y luego la guerra, es muy complicado regresar”.

Según afirmaban los dos, no han tenido problemas desde que están allí con la Policía, “nos conocen".

No es la primera vez que el ámbito de la Panificadora está ocupado. Hace tres años, se adoptaron medidas de tapiado para evitar la incursión en el antiguo complejo industrial, que lleva más de cuarenta años cerrado y que ha sufrido varios incendios y un derrumbe parcial. De forma temporal y esporádica, los antiguos locales comerciales de Falperra han sido utilizados por personas sin hogar, para pasar la noche o resguardarse.

El Concello y Zona Franca suscribieron en septiembre del año pasado un protocolo para relanzar el proyecto de recuperación de este antiguo complejo industrial y la Gerencia de Urbanismo aprobó el expediente de contratación para la redacción del proyecto de expropiación.

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