Episodios vigueses
Aquellas visitas de Carrillo a Vigo y alguna anécdota
Episodios vigueses
Ahora que ando trasteando con mis memorias de medio siglo de periodismo, cuyas galeradas estamos revisando su editora y yo, uno se reencuentra con viejas historias, episodios y personajes diversos. En una de sus primeras visitas a Vigo, el director de “Faro de Vigo”, José Francisco Armesto, me encargó que invitara a Carrillo, como antiguo periodista que se decía, y gestionara una visita al diario decano. Recayó en mi esa función porque, dentro de la redacción local, yo llevaba los asuntos de contenido político, y tenía mucha relación con los comunistas locales y los dirigentes de Comisiones Obreras. Fue una visita cordial, extensa e interesante, lo que me dio ocasión de una especial conversación con Carrillo. Cuando venía por estos lares siempre tenía algún encuentro con él y fueron muchas las ocasiones en que tratamos sobre historia y el presente. Carrillo vino acompañado del dirigente de Comisiones Obreras Waldino Varela y del secretario general del Partido Socialista de Galicia, Santiago Álvarez.
Recordando a Carrillo y a otros, siempre he mostrado respeto por los hombres y mujeres de aquellos días, a su pragmatismo y sentido de la realidad para pasar del franquismo a la democracia. Alguna vez creo haber aludido ya a una ocasión histórica en la que estuve presente. Me refiero a un mitin al inicio de la transición en el obrero barrio de Lavadores de Vigo, ante una entusiasta masa de obreros, las vanguardias de Comisiones Obreras y del Partido Comunista y una multitud de simpatizantes que reclamaban la ruptura democrática y la reposición de la república como forma de Estado. Yo era entonces un matizado partidario de esa salida.
Carrillo nos sorprendió a todos cuando, en contra de lo que la gente esperaba que dijera, afirmó: “El cambio de la bandera no justifica que en España se corra el riesgo de otra guerra civil”. Sus palabras produjeron un cierto desconcierto, pero como los comunistas de entonces eran sobre todo disciplinados, nadie expresó disgusto por lo que Carrillo decía. En alguna entrevista posterior de las varias que sostuve con él, me aclaró: “Era quimérico esperar que las cosas se pudieran haber desarrollado de otro modo. Se abrió una brecha que nos permitió entrar en un nuevo escenario en el que podríamos luchar abiertamente por nuestras ideas y no se podía perder la oportunidad”. Ahora que, transcurrido el tiempo, se urge una revisión de la historia por quienes ni la vivieron ni la parecieron, quiero recuperar aquel otro juicio de Carrillo: “Si en esa primera fase de la transición la izquierda hubiera planteado la exigencia de responsabilidades históricas -lo que hubiera sido normal en un proceso determinado por la fuerza militar, en una revolución- no se habría coronado con éxito esa primera fase de proceso. La fuerza militar, la capacidad de recurrir a la violencia, la tenían exclusivamente los ultras franquistas, que controlaban las fuerzas armadas frente a un pueblo todavía traumatizado por la derrota en la Guerra Civil y por cuarenta años de terrorismo de Estado”.
Pero, ¿por qué la más activa organización de oposición al franquismo aceptó la reforma y no trató de forzar la ruptura? Según el viejo comunista, la ruptura proponía sólo cuatro objetivos concretos: 1º. Amnistía. 2º. Legalización de los partidos políticos y organizaciones sociales. 3º. Elecciones a Cortes Constituyentes, y 4º. “Estatutos de autonomías”. “Estos objetivos, en definitiva, fueron realizados por el Gobierno de Adolfo Suárez, a veces causando sorpresa y colocando a los sectores inmovilistas ante los hechos consumados”, decía el viejo comunista.
Y en contra de lo que ocurre en nuestros días, Carrillo expresaba su confianza en un futuro, en el que el protagonismo político estuviera en manos de generaciones que no tuvieran ya ninguna relación personal ni con la Guerra Civil ni con la dictadura franquista, que no son ya ni "republicanos rojos", ni "nacionales", aunque sus antepasados hubieran sido de uno u otro bando. Y decía: “Será el momento en que con objetividad puede enjuiciarse la historia próxima de nuestro país, prescindiendo de lo que pudo hacer papá, el abuelo o el bisabuelo”. Ciertamente, recordando a Carrillo uno se pregunta por qué en determinados ámbitos de la llamada izquierda y obviamente del nacionalismo diverso, se critica la transición y se llama “Régimen del 78”, incluso en quienes menos se espera y el modo en que se ha reinstalado el espíritu de la guerra civil, ya superado.
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