Las verdades con elegancia se entienden bien, me reservo lo que no viene a cuento
Moncho Borrajo (Baños de Molgas, 1949) firmó ayer ejemplares de sus memorias ¡Corre, gallego, corre! en El Corte Inglés. En ellas cuenta sus primeros años en Vigo hasta su triunfo en el Cleofás de Madrid. Sin complejos y con la sinceridad que siempre le ha caracterizado habló de su libro.
¿Por qué eligió ese título para su biografía?
En la universidad, en Valencia, me llamaban gallego. Muchos pensaban que era mi apellido, porque es bastante común por allí, cuando iba a buscar las notas en las listas no me encontraba porque aparecía como Ramón Gallego. El caso, es que yo fui delegado y era bastante revolucionario. ¡Corre, gallego, corre! era lo que me gritaban cuando venían los grises. Es muy significativo porque además en Valencia descubrí que tenía una lengua, un territorio y una cultura diferente. Empecé a defenderla a través de la canción protesta en gallego. De aquella no sabía ni que teníamos bandera, ni himno propio.
Afirma que le costó descubrirse. ¿Siguen abiertas las heridas?
Fue difícil recordar cosas que no gustan, excarvar en los episodios más duros de mi vida y explicar cómo de niño me metieron mano en un cine o cómo casi me violan en una comisaría. Tampoco fue fácil mi lucha interior, porque era católico de comunión diaria y no podía entender por qué Dios me había hecho diferente. Negaba mi homosexualidad, llegué a tener novia. Los lectores descubrirán al Moncho que fue Ramón, no el de los escenarios. Pese a lo que se dijo, yo siempre fui de izquierdas. Viví el 23F en Valencia y me salvé porque el jefe de Policía era gallego y yo tenía su tarjeta en la cartera.
¿Se dejó algo en el tintero?
No. Hay cosas que me reservo porque no vienen a cuento. Digamos que las verdades con elegancia se entienden bien. Los detalles morbosos los dejo para Sálvame Deluxe, que bastante me costó contarlo. Esperé a que mi padre muriese porque le había prometido que desvelaría nada.
Asegura que la risa es una terapia. ¿Es humorista por prescripción?
A mí el humor me salvó, porque podía decir sobre el escenario, lo que me callaba en la calle. Pero mi infancia fue muy feliz. Estudié en Maristas y Martín Codax. Creo que reflejo la vida en Vigo de los 50: mi madre daba de comer a 14 obreros en casa y mi padre era sastre; yo jugaba en las vías del tren y aún había los que iban allí a buscar carbón.
A los maristas les dedica un capítulo y habla de docentes que enseñaron a generaciones de vigueses.
Tenía muy buena relación. Yo era de una familia humilde, pero en mi clase estaba Alejandro Barreras, los Massó. También estudiaban niños muy pobres con beca y nunca hubo una burla por un jersey roto. Los Maristas no lo hubieran permitido. Ningún compañero se metió conmigo y eso que lleva gafas y era amanerado. No jugaba el fútbol, pero era gracioso.
¿Por qué triunfar supuso encontrarse totalmente solo?
No supe que era superdotado hasta los 18 cuando consulté a Noguerol. Me ayudó a asumir mi homosexualidad. Antes no lo sabía y relacionarme con los demás era como bajar de categoría y hacerme un poco el parvo o de lo contrario ya estaban con la cantinela ¡Ay, Monchiño, por Dios qué repipi eres!. Cuando logré llenar un teatro, también conseguí que después de estar arropado por cientos de personas, pasar a la soledad de un hotel en menos de 20 minutos. Se está muy equilibrado, o es facílisimo caer en el mundo de las drogas. Lo fundamental en mi vida es el silencio, porque de 24 horas, habló muchísimo solo tres; el maro, sin el que no puedo vivir; el tiempo, que siempre me falta, y la soledad. Sentirme querido, por la gente, los amigos, es una sensación única.
¿Por eso cambió la capital por regresar a Vigo?
Ahora resido en María Berdiales, donde viví con mis padres. Vengo de una casa increíble en Arturo Soria, en Madrid, pero yo allí me moría. Aquí bajo a la calle y tengo la librería, la panadería, la frutería...todo al lado. Me siento en casa. Los vecinos me paran y me dicen: ´¡Qué guapo!, ¡Estás más gordo!.
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