Educación
Una figura esencial en las aulas
La artesanía tradicional cuenta en Vigo y su área con un relevo generacional que la mantendrá viva, al menos, 30 años más. En un contexto de tecnología punta, de rapidez en los tiempos y de que cantidad supere a calidad, el trato en el trabajo de Cristina Molares y Ramón Corral empieza a ser ‘rara avis’. Más con su juventud: Cristina tiene 38 años y Ramón, 36. La primera se dedica a las vidrieras con la técnica del emplomado, mientras que Corral hereda la vocación de su abuelo Antón en un taller de arreglo de gaitas en Tui.
“Lo que hago es muy exclusivo. Solo hay 3 o 4 empresas en Galicia y no recuerdo que exista ninguna de estas características en la provincia”, aseguró Molares. Esa técnica consiste en unir piezas de vidrio con varillas de plomo, y diferentes colores, con muchas peticiones de empresas de construcción y, sobre todo, iglesias: “Dentro de poco restauraré un rosetón de la Catedral de Tui del siglo XVII y mediante técnicas antiguas”. Tomó el testigo de su padre con su jubilación en la empresa Vidrieras Cosmos, tras ser su progenitor uno de los trabajadores de la antigua cristalería La Belga, fundada en el año 1918 y que cerró “de un día para otro” en 1988. “Temía que el trabajo de toda la vida de mi padre se perdiese”, aseguró Molares. De no aparecer Vidrieras Cosmos, los clientes “igual tendrían que ir a León para hacer esas restauraciones”.
Un trabajo “sin peligro de extinción, de momento”, pero con una notable falta de profesionales y con mucha necesidad de nuevas caras. “A veces me planteo contratar a otra persona, pero eso conlleva saber tantos procesos desconocidos que no se dan en la formación, que me llevaría años”, indicó. Una labor que se realiza sin visibilización y sin mucho atractivo en las primeras opciones de los nuevos trabajadores: “A nadie se le pasa por la cabeza ser vidriero, ni existe una especialización como tal en la carrera”. Además, existe un cambio en las peticiones, con menos demanda que antaño de realización de vidriera nueva y más trabajo de restauración. Y para ello, Cristina es la única de la provincia.
Su taller fue reconocido en los premios Artesanía de Galicia con una bolsa Eloy Gesto. Enfocada en la formación, Cristina podrá darle una nueva regeneración a su labor como vidriero y expandir horizontes. Para ello, acudirá el próximo año a un taller formativo en Barcelona para aprender técnicas de soplado, útiles para realizar piezas más pequeñas o joyería en vidrio. “Llevo muchos años detrás de una formación así. Antes, había la posibilidad en Moaña, pero dejó de existir. Me ayudará a confeccionar otro estilo cuando tenga menos carga en las vidrieras”, aseguró.
Ramón tomó el relevo de su abuelo, Antón Corral. “Mi infancia siempre estuvo muy ligada a mis abuelos. Pasaba toda la semana con ellos. Eso fue decantando mi faceta musical y laboral”, señaló. Además de artesano de gaitas, también pertenece a la bandas viguesa Xarabal, donde es percusionista. “El romanticismo en el trabajo me enganchó. Ese proceso lento es una identidad, más aún en un mundo de inteligencia artificial y todo hecho a correr”, confesó.
Su presencia en el oficio con 36 años es algo anecdótico en un mundo donde hay algo más de posibilidad que con las vidrieras pero con trabajadores muy cerca de la jubilación: “Los tiempos son los que son, no podemos olvidarlo y hay que ir acorde a ellos. Pero esta forma de trabajar es un remanso de paz”. Cada pieza va elaborada a mano, ya sea punteros, boquillas o, incluso, tapicerías para gaitas. Las prisas, en este caso, no son buenas, y Ramón y Antón lo saben. “Este trabajo no te permite abarcar muchísimo. Apenas unos pocos encargos. La calidad y la estética siempre fue el lema del taller", señaló Corral.
Antón sigue vigilante a su pupilo pese a estar jubilado. Él realiza el control de calidad de todo lo que se crea en el taller. Se recuperó de una mala racha y sigue al pie del cañón. “El morirá en el taller. Es su vida y siempre que el cuerpo se lo permita, va a estar ahí”, señaló su nieto.
Los casos de Cristina y Ramón son extrordinariamente raros. Con menos de 40 años, se ponen al frente de un oficio que, en un principio, tendría fecha de caducidad y que, con valentía, se empeñan en que la tradición esté por encima de las nuevas tecnologías y de formas de trabajo actuales. Ese relevo en la artesanía durará, con ellos, una 30 años más.
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