Los Premios “Álvaro Cunqueiro" y “Luis Taboada", que el Concello dejó de convocar

Una de las características de los actos y decisiones de gobierno de una institución pública es la continuidad de los mismo por quienes sucedan a quienes la constituyan en un determinado momento, hasta que, en ese mismo espacio, lo acordado anteriormente se anule o reforme. Así, por ejemplo, los acuerdos que en su día aprobó el pleno del Ayuntamiento de Vigo, en cuanto a la creación de premios o galardones, conforme figuran en las actas de las sesiones cuando se tomaron, siguen jurídicamente vigentes, por lo que es una anomalía, como ocurre en la actual etapa, ignorarlos. Es una mera cuestión de respeto a las formas.

Veamos un ejemplo notable: la primera corporación democrática, presidida por Manuel Soto, del PSOE, aprobó en su día la creación de dos premios para distinguir, por un lado, la creación literaria producida en la ciudad, y lo llamó “Álvaro Cunqueiro”. El otro premio fue establecido para premiar la mejor labor desarrollada en Vigo en el ámbito de la comunicación. Y en recuerdo del gran periodista vigués “Luis Taboada” le puso su nombre. Ambos premios se convocaban anualmente y se entregaban en un solemne acto en el salón de pleno, consistente en una estatuilla y una dotación económica que en 1983 era de 150.000 pesetas de la época. También se crearon otros premios para otras actividades sociales, culturales o artesanales.

El jurado de ambos premios, además de la propia representación del Ayuntamiento de Vigo, la comisión juzgadora, estaba formada por relevantes personalidades del mundo de la cultura en el literario. En cuanto al premio de Periodismo o Comunicación, el jurado estaba formado por un representante de cada grupo político, el cronista oficial de la ciudad, así como las entidades vecinales, y de la vida social, económica y sindical. En este caso, se valoraba la solvencia, continuidad y valores del periodismo vigués en todos los ámbitos. Era un premio muy disputado. Yo lo sé bien porque tuve el honor de ganarlo dos veces, la primera en 1983, compartido con el fallecido periodista Segundo Mariño, y la segunda, ya solo, en 1984. Años después, siendo presidente de la Asociación de la Prensa me incorporé al jurado. Entre otros periodistas de aquellos años que yo recuerdo que recibieron el galardón destaca Gerardo González Martín. Conviene recordar que este premio adquiría su verdadera dimensión cuando la sociedad vigueses, representada en el tribunal, distinguía a un periodista especialmente crítico. Pero un buen día ambos premios dejaron de convocarse, sin que nunca se explicara el motivo de dejar sin cumplir un acuerdo del pleno. En ese sentido, ya en nuestros días, y pese a que fue aceptada una moción para reponerla, han dejado de convocarse eventos como la popular y multitudinaria “Fiesta de la Muiñeira”, que congregaba a miles de personas, grupos de gaiteiros y baile a lo largo de las avenidas y otros puntos de la ciudad.

En estos últimos años, Vigo ha ido abandonando curtidas tradiciones de su propia historia, como el hecho de que cuando se celebraba un acto municipal de cierto relieve, los representantes de las entidades Medalla de Oro de la ciudad fueran ubicados en un lugar cercano a la presidencia como reconocimiento de lo que significaban. Por otro lado, mientras que lo de “vigueses distinguidos” está bien, lo cierto es que pasado el día en que son investidos como tales pasan al olvido común del que se salvan únicamente los citados en un libro editado ex profeso, que recuerda a los galardonados en el periodo 1985-2011, de gran utilidad, por cierto.

Vigo precisa recuperar y aplicar, como corresponde a una ciudad de su rango, viejas tradiciones y usos de otros tiempos. Está bien que se incorporen nuevas iniciativas, pero sin descuidar el hilo conductor del modo tradicional en que, durante años, la ciudad se echó a la calle. Y en esa recuperación invoco esos premios literarios y de comunicación que tantos años se convocaron como un elemento activo de la reafirmación de la propia cultura urbana.