Pablo Costas: "Si no encontrase trabajo volvería al atún, ahora llevan armas de guerra"
Pablo Costas. Exmarinero del 'Alakrana', 14 años tras el secuestro
El 2 de octubre de 2009 un grupo de piratas somalíes secuestraron el pesquero “Alakrana”, un atunero vasco que se encontraba faenando a 400 millas de las Seychelles con 36 marineros abordo, entre ellos un vecino de Gondomar, Pablo Costas Durán de 46 años de edad. Ahora, 14 años después del suceso todavía recuerda los 48 días de cautiverio hasta que fueron libres el 17 de noviembre de 2009. De todo aquello guarda una amarga experiencia que ahora califica de “anecdótica” y más de 500 publicaciones en prensa encuadernadas cronológicamente a las que de vez en cuando hecha una ojeada. El secuestro de este atunero estuvo precedido por el del “Playa de Bakio” un año antes también en la misma zona, aunque en este caso duró seis días, no obstante el que vivió el marinero miñorano fue un episodio que cambió las reglas de la pesca de altura en costas somalíes para siempre, con muchos aspectos que permanecieron escondidos por las autoridades y que poco a poco fueron saliendo a la luz. Aún así todavía quedan flecos por desvelar, como quién pagó realmente el rescate o cuánto costó realmente la liberación. Con el tiempo se supo que el mediador era un genio de la delincuencia, un individuo buscado por la justicia en España.
Catorce años después y con la cabeza fría, ¿todavía se le viene a la cabeza todo aquello?
Sí, de vez en cuando. Mi hermano Antonio sigue embarcado en el “Alakrana” y cuándo me llama por teléfono o salen noticias en los medios de comunicación no puedo evitarlo, aunque sí que es cierto que no de la misma manera que durante los primeros dos años. Ahora mismo lo tengo completamente superado.
Al llegar a su casa, ¿le acosaron mediáticamente?
Aquello fue de locos. Los primeros días los periodistas me acosaban literalmente y me tuve que ir a casa de mi cuñado a Redondela. Todavía no tenía colocado el portal de mi casa y se metían en mi propiedad en Gondomar. Me llamaban a la puerta o las ventanas y tuve que llamar a la Policía Local. Me acuerdo que vino el actual alcalde, Paco Ferreira, en calidad de agente que atravesó la patrulla en la entrada para bloquear el acceso a los medios.
¿Cómo afectó a su vida cotidiana el secuestro?
Durante una temporada no estuve bien, repercutió en mi vida personal y de hecho al año de llegar a tierra me separé de mi mujer. Todo me condicionó, me pautaron un año de tratamiento en psiquiatras pero a los seis meses pedí el alta voluntaria. Tanta medicación no me estaba sentando bien y fui dejando las pastillas poco a poco por mi cuenta y riesgo.
¿Recuerda cómo comenzó?
Eran las cinco de la mañana, acabábamos de largar y al momento aparecieron diez personas en dos esquifes disparando al aire, yo en ese momento estaba en una planeadora como ‘espivotero’. Saltaron ocho a cubierta y los otros dos se quedaron en las embarcaciones armados con kalashnikov, bazokas y pistolas. Entraron bastante desquiciados, en esa zona mascan una hoja que se llama ‘cat’, hacen pelotas en la boca y se pasan todo el día masticándolas, los ojos se les inyectaban en sangre y se les ponían como aceitunas. No nos dejaban que los viésemos a la cara.
¿En algún momento llegó a temer por su vida?
Si claro, no es que te apuntasen todos los días, pero recuerdo en una ocasión, cuando me llevaron a tierra a Somalia a por munición y más gente, me metieron unos culatazos en la cabeza cuando intenté ayudarlos a cargar la mercancía a bordo.
Al llegar a tierra usted dejó esa profesión. ¿Volvería a embarcarse?
Me estuve dedicando a la pesca de la sardina en Portugal durante ocho años, después cambié de sector. Si no tuviese trabajo y teniendo en cuenta que los barcos llevan seguridad privada y armas de guerra sí que me lo plantearía, pero ahora en mi situación actual no. Era un trabajo que realmente me gustaba, si no nos hubiesen secuestrado es muy probable que siguiese en esa profesión.
Sobre la liberación. ¿Tiene algo que decir del proceso? ¿Encuentra algo criticable en la actuación de las autoridades?
La gestión la hicieron bien a grandes rasgos. También es cierto que no es que tuviésemos demasiada información en el día a día. De hecho de camino a casa tuvimos una reunión a bordo con miembros del CNI y nos dejaron bien claro que no podíamos contar nada de lo que pasó de puertas para adentro. Donde realmente se equivocaron fue en haber extraditado a los dos piratas capturados para juzgarlos en España. Si no hubiese sido por eso en dos semanas nos hubiesen soltado.
Sobre el rescate. ¿Sabé quién pagó?
No lo sé, unos hablan del seguro, otros del armador, otros del CNI y aunque lo supiese tampoco lo diría. Nunca se sabe donde puede acabar uno, lo importante es que nos dejaron libres.
¿Qué sabe de los famosos paracaídas con el dinero pactado para su liberación?
Recuerdo que una avioneta de doble cola nos sobrevoló dos veces, una vez a las 12 de la mañana y otras a las 2 de la tarde y soltaron dos “paqueiras” con dinero en paracaídas. Eran unas cápsulas naranjas selladas que cayeron al mar. Allí había millones, no sabría decir cuánto, pero sé que se pagó más en tierra a los jefes y que nosotros no vimos. En cuanto abandonaron el barco lo primero que me mandó el patrón fue deshacerme de todo aquello antes de que llegasen los militares. Lo tiré todo al mar.
¿Después de eso?
Pues la verdad que se montó un circo bastante dantesco, los piratas contando el dinero en el interior del barco y un trasiego de gente del pueblo constante que llegaba a nuestro barco para cobrar por sus servicios. Me acuerdo del encargado de proporcionarles la comida porque leí la nota con lo que le correspondía. Más de treinta cabras. Se comían una diaria que además llegaba viva al barco y nuestro ayudante de cocina las mataba y cocinaba. Todos salían con las manos llenas.
Hasta hace no demasiado tiempo no se sabía quién medió en las negociaciones hasta que se emitió un documental titulado “Alakrana-SAPO S.A. Memorias de un ladrón”, que por cierto fue vetado. ¿Ustedes llegaron a ver a este negociador a bordo?
Nosotros hablábamos de un tal ‘Pepe’, que después se supo que era el “SAPO” (Jon Imanol Sapieha). Yo no lo llegué a ver directamente, estaba encerrado en el camarote pero recuerdo ‘un paripé’ por el pasillo que se salía de lo habitual. No le vi la cara directamente y más tarde nos comentaron que era él. Todo esto se ocultó como el lógico, el Gobierno no podía hacer tratos con delincuentes y menos recurrir a un intermediario perseguido por la justicia española.
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