“No teníamos nada y éramos felices”
vigo
Sor Dolores y Sor Josefa, homenajeadas por su labor de más de 70 años en el Colegio Niño Jesús de Praga
nnn Hace años Vigo vivía sumergida en el hambre de la posguerra, no había colegios públicos —la enseñanza estaba relegada a pequeñas academias y centros privados de órdenes religiosas— y lo habitual era que los niños comenzasen a trabajar a los 11 años. El Areal era entonces un conglomerado de pequeñas casas marineras que formaban un laberinto de callejuelas de tierra, donde vivían familias numerosas que no tenían dónde dejar a sus hijos cuando sus padres marchaban a la pesca y sus madres se iban a trabajar a las fábricas de conserva y, lo que aún era más doloroso, tampoco tenían recursos para alimentarlos y medios para que pudiesen, como se decía en esa época, aprender las cuatro reglas. Este fue el escenario que se encontraron Sor Josefa y Sor Dolores, dos religiosas de las Hijas de la Caridad que tras finalizar su noviciado fueron destinadas al Colegio Niño Jesús de Praga. Ellas son las más veteranas de este colegio, a las que ayer, sábado, su comunidad educativa les rindió un caluroso homenaje.
Por sus manos han pasado varias generaciones de vigueses de toda condición, ya que se cobraba por su formación a las clases acomodadas para financiar la educación y el comedor de los niños sin recursos. "De aquella época no teníamos nada y éramos muy felices todos", relata Sor Josefa, palentina que llegó a Vigo con solo 20 años de edad, en 1943, para ponerse a trabajar de inmediato con los niños que acudían al comedor. "Teníamos 150 o más para comer. Toda esta parte del Areal eran pescadores y el que menos tenía eran cinco o seis hijos", recuerda.
Dos años después, en 1945, llegaría al centro Sor Dolores, religiosa zamorana que fue destinada a dar clases a las alumnas de pago. Ambas tienen muchas cosas en común: las dos eligieron la orden de las Hijas de la Caridad por tener ya una hermana en esta congregación y las dos comparten la vocación de entrega a los demás que proponía su fundador. "¿Las dos monjas?", pregunta Sor Josefa cuando se habla de su hermana. "Nosotras no somos monjas, somos cristianas… Monjas son las que están encerradas y San Vicente Paúl no quería que estuviéramos encerradas y por eso nos dejó la calle bien ancha", comenta divertida.
Sor Josefa añora los tiempos de antes, en que todos se conocían y no había tanto consumismo, y destaca que aún hoy es el día en que muchas alumnas se acuerdan del potaje que comían en el centro. "Lo hacía una señora que se llamaba Consuelo, que en paz descanse. Lo que teníamos lo dábamos con corazón, porque tampoco podíamos hacer muchas cosas porque no teníamos para sostener a tantos", relata. "Se les daba la comida y al salir una merienda con el queso amarillo que mandaban de Argentina, para que se llevasen algo a casa". Para conseguir más fondos en aquellas épocas de carestía, además de donativos y cuestaciones, las hermanas del Niño Jesús de Praga recurrían también al trabajo. "Nos quedábamos hasta las dos de la mañana cosiendo para la fábrica de taller de punto que había en Mos", destaca.
de comedor y "cuello duro"
Y si Sor Josefa daba clases a los niños del comedor, Sor Dolores lo hacía a los "cuello duro", como les llamaban los anteriores debido a su vestimenta más cara. "La mayor alegría que me pudieron dar es cuando se juntaron todos", explica Sor Josefa.
"Yo fui muy feliz con los niños, muy feliz", afirma por su parte Sor Dolores, que aún estando jubilada echa todavía una mano en el comedor. "Elegí la comunidad de San Vicente porque vi que yo podía hacer algo por los demás, por gente que no podía... Y aquí, al que lo necesitaba lo ayudábamos. Los que venían era porque eran pobres, lo necesitaban de verdad", dice, para añadir después: "No me pongas muchas cosas, solo pon dando las gracias y poco más". n
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